Siempre te lo digo, el futbol, como la vida, se reduce a veces a la geografía emocional. Las semifinales son el mapa de un México que busca su identidad a través de un gol mientras trata de entenderse a sí mismo. Al final, tendremos a dos equipos que buscarán levantar la copa, pero la verdadera final ya está en juego: la de la identidad. Y ese partido, como bien sabemos, nunca termina y si no pregúntale a Octavio Paz y Samuel Ramos.
El primer round fue parejo, ni se impuso como hubiera querido el norte industrial y moderno ni del otro lado lo hizo el centro histórico, ese de tradiciones que se aferran a sus cimientos, ese que se reinventa cada vez que se piensa acabado.
Cruz Azul vs Tigres, te lo digo, no es sólo un partido de futbol, es la confrontación entre dos formas de entender la lealtad. Los de la Máquina, con su historia de desdichas épicas y una afición que ha convertido la esperanza en un acto de fe ciega. Los tigueres, con su ambición calculadora, su universidad que genera más títulos que algunas facultades y su certeza de que el éxito se compra, se planifica y se presume. Tigres juega con la arrogancia del que sabe que su poder económico puede corregir hasta los errores del destino. Cruz Azul, con la necedad del que ha aprendido que hasta las piedras más pesadas pueden levantarse, como demostraron al fin tras romper su maldición hace algunos años.
Por otro lado, un choque de egos, el más grande contra el que presume ser el más rico: América contra Monterrey. El América, ese equipo sin medias tintas, o lo amas o lo odias, con igual intensidad, ese instituto de la mexicanidad contradictoria donde caben tanto el chaka tepiteño como el piloto de Fórmula 1. Frente a ellos, Rayados, la eficiencia hecha club, donde hasta la pasión parece tener un valor. Rayados no tiene hinchas, tiene accionistas emocionales que exigen dividendos en goles, el “América del norte del país”.
Chilangos y Regios no se disputan sólo un pase a semifinales, disputan la narrativa del país. El defeño mira al regio y ve al primo que se fue al norte, hizo fortuna y ahora vuelve con aire de superioridad. El regio mira al chilango y ve al centralismo personificado, a ese laberinto burocrático que todo lo atrae y lo enreda.
La polarización no es nueva, pero el futbol le da un escenario perfecto: en la cancha se juega la rivalidad entre el México que se cree el ombligo (aunque a veces le duela) y el México que construyó su ombligo a fuerza de maquilas, tecnología y distancia geográfica. El chilango acusa al regio de estar “agringado”; el regio acusa al chilango de creer que todo gira a su alrededor, de creer que es México.
El torneo, o el Chicharito, ahora que está de moda culparlo de todo, conspira para llevar esta tensión al máximo: Final Regia o Final Chilanga, la primera confirmaría el poder del norte, la segunda, el Clásico Joven, que es como ver discutir a dos hermanos en la cena de navidad. Aunque hay una tercera posibilidad, la más dramáticamente: Regios vs Chilangos. América o Cruz Azul enfrentando a Tigres o Monterrey. Este escenario reflejaría la tensión de un país que no decide si mirar hacia su centro histórico o hacia su frontera emprendedora.
P.D. Que no se te olvide que más sabe el Diablo por viejo que por Diablo, y el campeón hará que el infierno arda.
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