Esta semana, desde la tribuna del Congreso mexiquense, viví uno de esos momentos que dan sentido a la política: ver cristalizarse en ley la protección de nuestro Patrimonio Ambiental y Natural. Como promotora de esta reforma al Código para la Biodiversidad, quiero compartir por qué este paso es histórico.

Nuestro Estado de México es una tierra de prodigios: cuatro Declaratorias de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, ecosistemas que son pulmones vitales, y saberes ancestrales que entrelazan naturaleza y cultura. Sin embargo, durante décadas, estas riquezas carecieron de un amparo jurídico sólido. Por eso impulsé esta iniciativa: convertir nuestra biodiversidad en un derecho tangible, no sólo en un discurso.

La reforma resuelve una omisión grave. Por primera vez, el concepto de "Patrimonio Ambiental y Natural" quedará inscrito en nuestra legislación, alineándose con instrumentos internacionales como la Convención de la UNESCO y el Protocolo de San Salvador. Pero va más allá: fusiona la protección ecológica con el resguardo biocultural, reconociendo que los pueblos originarios son guardianes insustituibles de estos tesoros.

¿Qué cambia en la práctica? Tres ejes concretos:

1. Cerco legal contra el daño ambiental: Las autoridades tendrán herramientas para prevenir y sancionar afectaciones a áreas naturales.

2. Participación comunitaria: Integraremos a las poblaciones locales en modelos de conservación sostenible, revitalizando sus conocimientos tradicionales.

3. Justicia intergeneracional: Garantizaremos que nuestros nietos hereden un Edomex con aire limpio, agua pura y bosques vivos.

Algunos preguntarán: "¿Por qué insistir en leyes ambientales en medio de otros desafíos?". La respuesta es simple: sin naturaleza sana, no hay economía estable, ni salud pública, ni futuro posible. Proteger nuestro patrimonio natural es blindar la vida misma.

Hoy, al firmar este decreto, el Edomex da un salto civilizatorio. Pero no es el final: es el comienzo de una batalla cotidiana por hacer cumplir estas normas. Los invito a vigilar, exigir y sumarse. Porque como bien dice el lema náhuatl de nuestro escudo: "Tlālcualōyān, tlāltícpac" (Tierra fértil, mundo perdurable).

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