“No hay canciones sin notas diferentes”; “cada cabeza es un mundo”; “dos más dos no son necesariamente cuatro”; “respira y cuenta hasta diez”; “nadie escarmienta en cabeza ajena”; “el respeto al derecho ajeno es la paz”; “trata a los demás como quieres que te traten”; son algunos de los dichos o frases que utilizamos de manera frecuente para referirnos a las diferencias que existen entre las personas.
La importancia que revisten aún sin compartirlas, es que no son simples modismos para terapia, son expresiones que sintetizan experiencias de vida, sobre las cuales podemos construir infinidad de historias de cada uno de nosotros cuando interactuamos con otras personas; representan nuestra memoria sobre la tolerancia que practicamos día a día.
Sin embargo, una cosa es decir, plasmar en el papel como discurso, o citar en alguna conversación el tema de la tolerancia, la cual implica ser una persona prudente, receptiva, atenta, incluyente, respetuosa; el problema es cuando requerimos poner en práctica todas estas cualidades en la cotidianidad y se rompe el discurso.
Hagamos una pausa y contestemos lo siguiente: ¿interrumpimos cuando la otra persona está hablando?; ¿somos pacientes ante las opiniones o actitudes del otro?; ¿aceptamos que nuestra opinión puede que no sea la mejor?; ¿gustamos de discutir o platicar?; ¿con qué frecuencia damos la razón a las posiciones distintas a la nuestra? Las respuestas a estas interrogantes, pueden indicarnos si practicamos la tolerancia en nuestro hogar, en el trabajo, o en las reuniones de cualquier naturaleza.
En la esfera pública se puede percibir el nivel de tolerancia que se practica: ¿les gusta dialogar a nuestros gobernantes con sus gobernados?; ¿saben escuchar y atienden las necesidades, las demandas y los problemas que se les plantean?; ¿cómo reaccionamos ante un tráfico intenso producto de una manifestación o un bloqueo de calles en demanda de solución a alguna petición no resuelta?; ¿qué hacemos cuando cambia el color del semáforo y los autos no avanzan, cual es la actitud ante esta situación?; ¿cómo son los debates de nuestros diputados y senadores, les gusta tratar sus propuestas con argumentos o con adjetivos?; ¿los programas de televisión destacan propuestas o se centran en el escándalo y lo intrascendente? Veamos por ejemplo, el comportamiento de las porras de un equipo de futbol, deporte tan visto en la actualidad, ¿se tratan con respeto?; ¿reconocen las cualidades del contrario?; ¿aceptan las derrotas?
Muy probablemente las respuestas nos lleguen a sorprender y descubramos que la incongruencia tal vez nos acompaña en lo individual y lo colectivo. Lo cierto es que los problemas estructurales que tenemos como nación, condicionan en buena medida nuestros niveles de tolerancia: una ciudadanía que vive temerosa por la inseguridad, por la incertidumbre laboral, por la atención deficiente en los hospitales, por la falta de vacunas o medicamentos, por los apoyos que no llegan ante los desastres naturales, por los oídos sordos para lograr consensos y ser incluyentes en la resolución pacífica de los asuntos políticos, todo esto y más forma ciudadanía poco tolerante.
El próximo 16 de noviembre estaremos celebrando el Día Internacional de la Tolerancia y quizá la mejor manera de hacerlo es reflexionar y poner lo que está de nuestra parte para practicar una real tolerancia sin que eso implique dejar de exigir una mejor sociedad, sin violencia y sin pobreza.
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