Vivimos en una sociedad en la cual hemos sido educados para condenar el uso de los acordeones porque sirven para hacer trampa, es decir, los vemos en su versión negativa olvidando e ignorando que también tienen una cara positiva.

Seguramente hemos visto alguna vez en un juego de futbol americano profesional, que en la propia cancha los mariscales de campo, generalmente en una de las muñecas de sus brazos, traen anotaciones sobre las jugadas a realizar; también ocurre algo similar en el caso del futbol “soccer”; recientemente se disputó la final de la “Champions” femenil entre España e Inglaterra, donde algunas televisoras pasaron imágenes en las cuales se veía a las porteras de ambas selecciones recibir unos papelitos que ellas vieron y guardaron, seguramente en ellos venían datos sobre las tiradoras adversarias.

En otros ejemplos; muchos hemos leído algún libro o visto una película y hacemos anotaciones o resúmenes de lo más destacado. Dicho lo anterior, podemos concluir que un acordeón es una anotación, un resumen o un recordatorio sobre algún tema de nuestro interés, donde lo más relevante es el uso que hagamos de él: si es para reforzar o recordar una idea, o para hacer alguna trampa.

Todo esto viene a colación porque a raíz de la reciente elección de personas juzgadoras hubo un uso indiscriminado de acordeones, en muchos casos como un recordatorio de las personas por las que el electorado deseaba votar, pero en muchos otros lamentablemente, fue para orientar el voto a favor de determinadas candidaturas de manera clientelar; la coacción del voto a través de esta práctica es totalmente reprobable.

La complejidad de esta elección por el número de candidatos y cargos a elegir, propició el uso de acordeones de todo tipo y con distintos fines.

La primera conclusión que podemos anotar por contradictoria que parezca es real: el problema no es el acordeón sino el uso que se la da y los fines que se persiguen con su utilización. Una segunda conclusión es que, si queremos eliminar esta práctica negativa de los acordeones en la elección de integrantes del Poder Judicial, debemos simplificarla para poder hacer menos compleja la emisión del voto de los ciudadanos. La tercera conclusión es que, para materializar las dos primeras se debe tener en la agenda legislativa, una nueva reforma de las leyes respectivas que tomen en cuenta las opiniones y experiencias que vivieron la ciudadanía, los órganos electorales, los propios partidos políticos, los sectores académicos, la sociedad civil.

Cabría preguntarnos ¿por qué en elecciones concurrentes de integrantes de los Poderes Ejecutivo y Legislativo federal y locales no se usa un acordeón, no obstante, la existencia simultánea de varias boletas y muchas candidaturas?, ¿hacen falta los logotipos partidarios?, ¿los tres poderes deben seguir haciendo la primera parte de la elección de personas juzgadoras?, ¿no son los órganos electorales quienes deben hacer todo el proceso de selección apoyándose en los mismos comités de evaluación?, ¿se debería permitir a candidaturas de distintas especialidades agruparse por algún color o por listados en planillas?, ¿por qué las candidaturas de personas juzgadoras no tienen representantes en los órganos electorales y las de los partidos políticos sí; es esto equitativo en una contienda electoral?, ¿por qué no tienen financiamiento público y las candidaturas independientes que no están vinculadas con partidos sí?, ¿por qué no tienen acceso a tiempos en radio y televisión?

Estas y otras muchas preguntas sobre procedimientos específicamente técnicos que corresponden a los órganos electorales, tienen que atenderse en una deliberación franca y respetuosa sobre la elección del Poder Judicial.

En resumen, mientras se mantenga el sistema electivo actual, erradicar el uso de acordeones será una tarea difícil de erradicar y continuará existiendo un terreno fértil para el clientelismo electoral; una reforma consensada está pendiente.

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