Cuando el primer hombre aprendió a usar el fuego, éste se convirtió en un arma para combatir a sus enemigos, para cocinar, para alumbrar. Con el descubrimiento de la rueda, se pudo desplazar con mayor rapidez, transportar materiales y personas, crear motores que le dieran energía. Podríamos hablar de la energía eléctrica, de la energía nuclear e incluso de la computación, todas ellas tecnologías que han transformado la manera en que trabajamos y nos relacionamos.
Lo cierto es que ninguna de estas tecnologías es neutral; todas contienen en sí mismas un componente político, una dimensión de poder que se utiliza como instrumento de dominación. Los primeros en controlar el fuego, la rueda, la energía nuclear y, por supuesto, la información, tendrán mayor posibilidad de influir y controlar a los demás. En este sentido, comparto algunas primeras reflexiones sobre una teoría política que nos permite explicar cómo la inteligencia artificial (IA) está transformando las estructuras internas de poder.
La IA representa el último capítulo de esta historia tecnológica-política, pero con características únicas que ameritan un análisis específico. La primera reflexión es que la IA está alterando el poder interno del Estado, porque las relaciones entre las élites políticas y burocráticas se han transformado debido a dos factores: la toma de decisiones automatizada mediante algoritmos y la creciente polarización derivada de estas decisiones. El ejemplo lo tenemos a la vista: mientras el gobierno de Estados Unidos enfrenta un cierre presupuestal, Trump adquiere acciones de INTEL para el desarrollo de chips para inteligencia artificial. Al mismo tiempo, Amazon despide 14 mil empleados. Esta simultaneidad genera una asimetría entre quienes controlan tecnología y quienes pierden su trabajo, evidenciando cómo la IA redistribuye el poder económico y político.
Una segunda reflexión es que la IA está fragmentando las estructuras políticas y laborales. Esto es resultado de una lógica que prioriza la eficiencia sobre el control humano tradicional. La nueva automatización de tareas, procedimientos y rutinas genera descontrol y polarización entre quienes deciden qué puestos se vuelven obsoletos y cuáles permanecen. La paradoja es que, en la búsqueda de mayor eficiencia, se produce simultáneamente una pérdida de control sobre los procesos y una concentración de poder en manos de quienes diseñan y administran los sistemas algorítmicos.
Una tercera reflexión es que las funciones de la IA nos están conduciendo hacia un modo de gobernar mediante algoritmos, un fenómeno que se extiende hasta obligar a las burocracias a razonar y argumentar en función de estos sistemas automatizados. Si aparece una alerta o un cambio en el sistema, la burocracia no tomará decisiones hasta que esa alerta se elimine del programa. Estamos avanzando hacia una transformación híbrida donde el poder no solo rinde cuentas a los humanos, sino también a las computadoras. Esta dependencia algorítmica representa una forma inédita de ejercicio del poder estatal, donde la legitimidad de las decisiones se traslada desde el juicio humano hacia la validación computacional.
Estas reflexiones son un primer acercamiento a lo que debe desarrollarse como una teoría que explique la influencia de la IA como forma de gobierno. Resulta necesario construir marcos teóricos que nos ayuden a explicar la nueva configuración del Estado bajo esta lógica emergente, cuyo concepto del siglo pasado, basado en población, territorio y gobierno, resulta insuficiente para comprender la realidad actual. El debate apenas comienza, y su urgencia crece cada día.
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