Miles de jóvenes mexicanos tomaron las calles el 15 de noviembre bajo el nombre de Generación Z. Entre banderas del anime One Piece y consignas contra la violencia, esta movilización representa algo más inquietante: el primer experimento masivo de protesta social amplificada por inteligencia artificial en México. La pregunta ya no es si las marchas son reales o virtuales, sino quién controla las herramientas que las impulsan.
La convocatoria expresó hartazgo contra la violencia, corrupción, inseguridad y la impunidad. Las cifras oficiales reportaron 17 mil personas en la Ciudad de México, con manifestaciones simultáneas en otras 21 ciudades del país. Pero los números en plataformas digitales revelan otra dimensión del fenómeno.
Se identificaron al menos 179 cuentas de TikTok impulsando la convocatoria, de las cuales 50 se crearon en las últimas semanas previas a la marcha. En Facebook aparecieron 359 comunidades publicando contenido sincronizado, con 28 cuentas administradas desde el extranjero. Hashtags virales, videos generados por IA e influencers jóvenes dotaron al evento de una visibilidad digital sin precedentes en movilizaciones mexicanas.
Resulta evidente que se trata de una convocatoria híbrida donde, por primera vez en México, la inteligencia artificial jugó un papel central tanto en la construcción del mensaje como en su difusión masiva. Esto la hace pionera y justifica su etiqueta generacional, aunque el término "Generación Z" es más simbólico que demográfico porque busca renovar el espíritu opositor mediante tecnologías de información.
Sin embargo, esta naturaleza híbrida plantea interrogantes fundamentales: ¿se organizó como movilización genuina desde bases sociales o como estrategia política orquestada por actores políticos? La presencia masiva de cuentas recién creadas y administración extranjera sugiere coordinación profesional, pero no cambia las demandas ciudadanas expresadas físicamente en las calles.
La respuesta gubernamental ha sido la descalificación sistemática de quienes marcharon, sin considerar sus propuestas. Esta actitud resulta contradictoria viniendo de un gobierno producto de un movimiento social de izquierda que durante años marchó por las calles para defender posturas y criticar al poder. El autoritarismo puede manifestarse tanto en quien gobierna como en quien protesta, dependiendo de quién controle las narrativas digitales.
La protesta del 15N revela dos futuros posibles para México: uno donde la tecnología empodera la disidencia legítima, y otro donde la manipulación digital fabrica movilizaciones a conveniencia. Emergen dos peligros en el horizonte: la organización de protestas mediante IA que manipula a usuarios de tecnologías digitales, y una ideología autoritaria que se niega a escuchar voces disidentes, descalificándolas sistemáticamente. Esta actitud podría extenderse al espacio digital, cerrando esos canales de expresión. La democracia del siglo XXI se juega en esta frontera entre algoritmos y calles. Esperemos que la tecnología impulse libertades y no fortalezca autoritarismos.
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