Inmersos como estamos en un mundo digital, donde la tecnología de información y comunicación es la norma, la sociedad parece arrastrada a enviar sus mejores deseos navideños y los parabienes de fin de año a través del intercambio de aparatos tecnológicos, de software, de redes sociales. ¿Hay un mejor regalo que esto? Si lo hay, permítame demostrarle la gran cantidad de ejemplos que tenemos al respecto.
Vamos con los regalos más grandiosos de todos. El primer regalo: cinco minutos de su atención total sin notificaciones de su celular. Gracias por tu tiempo, gracias por esta conversación maravillosa, un intercambio de miradas, sonrisas, ideas frescas y pensamientos que nunca pensamos estarían ahí esperando.
Segundo gran regalo: un día sin celular. Dejamos en casa ese aparato del demonio para regresar a la libertad de deambular por las calles sin Waze, sin notificaciones, sin mensajes de texto que nos presionan. Libres de todo "compromiso digital" auto impuesto.
Tercer gran regalo: un día sin Wifi en casa, nos sentamos a platicar cara a cara, a
Cuarto gran regalo: cuéntame un chiste sin mirar un reel, sin ver un vídeo de Tiktok, sin buscarlo en Instagram. Con gracia, con picardía, con una invención nueva.
Los otros regalos pequeños pero maravillosos. Te regalo una tarde sin Netflix, HBO Max, o Disney+ en donde puedas regresar a los libros, al dibujo, la poesía o la pintura. Donde te encuentres contigo mismo de nuevo.
Te regalo una mañana al aire libre sin ataduras, sentir el frío amanecer, la brisa que inunda tus pulmones y el sol que te cubre la cara para devolverle una sonrisa. Eres humano, no una máquina de trabajo.
Te regalo cinco minutos a solas. Sin llamadas, sin mensajes, sin pensamientos ansiosos, sin nervios por llegar, sin ideas locales. Solos tú y tú mismo: en tu cuarto favorito, en tu lugar ideal.
Te regalo cinco minutos para aburrirte. Sí, aburrirte, dejar que tu mente haga lo que quiera, pero que no tenga nada que ver con el trabajo, el dinero, la salud o tu vida. Ver pasar a la mosca, admirar la flor, escuchar el sonido del viento, declararle el amor al cielo azúl y ver las formas de las nubes. Cinco minutos para aburrirte.
Te regalo cien minutos para tu arreglo personal. Ponte la ropa que quieras; recorre el clóset y vuelve a aquellas prendas olvidadas; aquellos recuerdos juveniles, dichosos que te produce ponerte esa chaqueta, pantalón, vestido, camisa deportiva. Mírate, sonríe, regresa a ti, y de nueva cuenta cambia tu arreglo hasta que te quedes conforme contigo mismo. 100 minutos, sin prisas, sin compromisos por verte bien, sino por sentirte bien. Regálate ese tiempo.
Te regalo quince minutos para que hagas esa llamada que has estado posponiendo a tu mejor amigo, a tu hermano, a la persona con la que quieres conversar hoy y decirle algo importante: una felicitación, una disculpa. O simplemente conversar para ponerse al día. Son tus quince minutos de llamada, no de mensaje, no de mensaje de voz. Sino de intercambio de palabras a través de una bocina y un micrófono. Puede ser más si gustas, pero al menos tómate quince minutos para que tu plática sea profunda, valga la pena y quien te escuche sepa que le importas.
Abre ahora el mejor regalo: eres tú.
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