El pasado 25 de octubre el filósofo Byung-Chul Han recibió el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades. Su corto discurso que se ha difundido ampliamente dijo: "Es el teléfono inteligente el que nos utiliza a nosotros y no al revés. No es que el smartphone sea nuestro producto, sino que nosotros somos productos suyos".
Esta frase ilustra perfectamente lo que he comentado en este espacio en muchas ocasiones cuando hablamos de desintoxicación digital. Pocos días después del discurso, la empresa OpenAI publicó datos sobre el uso de ChatGPT basándose en análisis de conversaciones de sus aproximadamente 800 millones de usuarios activos semanales. Los hallazgos revelan que 1,2 millones de personas tienen conversaciones con indicadores explícitos de intención suicida, y que este mismo número presenta una dependencia emocional severa hacia el chatbot.
Aproximadamente 600 mil personas de esta misma muestra tienen episodios graves como psicosis o manía, incluye confusión extrema, pensamientos acelerados, delirios o pérdida de contacto con la realidad. Estos datos, publicados por OpenAI en un reporte de seguridad emocional, confirman las palabras de Byung-Chul Han: nosotros somos productos de esta adicción a la tecnología.
Seguramente habrá evidencia aún más contundente conforme avance el tiempo acerca del uso desmedido de esta nueva forma de intoxicación digital: la inteligencia artificial generativa.
Sin embargo, está claro que tenemos que tomar medidas urgentes y que se complementen con las que ya hemos hablado. Si bien el chatGPT y el teléfono inteligente son herramientas de trabajo tenemos que entenderlas como un accesorio más.
Así como el martillo es el instrumento ideal del carpintero, lo usa diariamente, incluso por varias horas. Seguro tiene su martillo preferido. En cierto momento del día lo deja en su caja de herramientas y no se vuelve a acordar de él, no lo tiene todo el día en la mano. El mismo principio debemos aplicar con estas nuevas tecnologías.
La primera tarea es darnos cuenta de la dependencia y la adicción que tenemos sobre estos aparatos y estas tecnologías. Si no entendemos que nos dañan, como demuestran los datos de Open AI, entonces no podremos combatirlos.
Una segunda práctica es dejarlos en la "caja de herramientas" permitirnos vivir sin ellos, darles su tiempo, su espacio y su lugar. Podemos "dejar el celular" en la casa, en la oficina y ser libres, como dijo Byun Chul-Han en su discurso: "Somos como aquel esclavo que le arrebata el látigo a su amo y se azota a sí mismo, creyendo que así se libera. Eso es un espejismo de libertad." No perdamos nuestra libertad con la tecnología, seamos libres de ella, por horas, por días.
Una tercera práctica es privilegiar al ser humano en lugar de la tecnología. En las pláticas personales, en la charla de sobre mesa, en la conversación casual, prefiero dejar a un lado las tecnologías y regresar al modo antiguo de hablar personalmente, llamar por teléfono, dejar una nota. Este privilegio de tener al ser amado frente a frente lo perdimos con la pandemia y lo recuperamos cuando terminó, pero ¿lo valoramos ahora o lo hemos vuelto a perder?
Ahora corresponde a cada uno elegir: ¿queremos ser humanos que usan herramientas o productos programados para consumir? La libertad digital no llegará por decreto, sino por decisiones diarias conscientes. Empiece hoy: deje el celular en la mesa durante la cena. Ese pequeño acto de rebeldía podría salvar más que su atención.
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