Nos ha tocado vivir en una era de cambios políticos, sociales y tecnológicos verdaderamente acelerados, que han transformado de manera significativa la forma en que nos comunicamos y relacionamos. Sin lugar a dudas, una de las herramientas tecnológicas más significativas y democratizadoras ha sido el internet, donde con un solo clic se puede acceder a todo tipo de información que se desee conocer. Es posible obtener datos sobre cualquier evento, hecho u objeto que suceda en el mundo, con sus pros y contras. Nunca antes se había podido saber tanto en tan poco tiempo.
Sin embargo, los grandes motores de búsqueda pueden —y de hecho lo hacen— ordenar y posicionar la información frente al internauta según sus propios intereses, ya sean legítimos o meramente comerciales.
Más allá de eso, las redes sociales asociadas al internet han cambiado radicalmente el mundo de la información. En menos de dos décadas, los noticiarios televisivos e impresos han perdido influencia y credibilidad frente a las redes sociales, que popularizan en tiempo real lo que acontece en el mundo, venciendo las fronteras políticas, geográficas y horarias. Las redes sociales son ahora el principal medio de consumo noticioso, de comunicación bilateral entre personas y de interacción en comunidades, integradas muchas veces por individuos que ocultan su identidad o utilizan perfiles falsos o anónimos.
Hoy en día son cada vez más comunes la suplantación y el robo de identidad, el fraude cibernético, la sustracción de información e incluso delitos contra la integridad física o la libertad sexual, iniciados a través del uso inadecuado de redes sociales.
Los ataques constantes y el lenguaje agresivo y vulgar son ya habituales en las plataformas digitales. Los comentarios soeces y violentos, las mentiras y los chismes tendientes al desprestigio o la deshonra son cada vez más frecuentes y burdos. La grotesca actitud de odio prevalece en los círculos políticos, y los llamados “creadores” digitales llenan las redes con herramientas como granjas de bots para denigrar, destruir o exaltar a alguien artificialmente.
Los algoritmos digitales podrían, en teoría, limitar el tránsito hacia expresiones denigrantes, inhumanas y degradantes que se esparcen por las redes sociales. Tal vez sería prudente iniciar un proceso de autorregulación por parte de las empresas administradoras de estas plataformas. Sin duda, basta con navegar unos minutos en ellas para encontrarse con un verdadero pantano de inmundicia, odio y pésimo uso del lenguaje.
Esto también evidencia el bajo nivel cultural que han propiciado estas plataformas: la pobreza del lenguaje que se emplea deja en evidencia a quienes lo utilizan. Es lamentable que la valiosa y democrática herramienta del internet haya caído —o esté por sucumbir— ante el inmediatismo vulgar del chisme y la desinformación.
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