Ricardo Moreno

El reto del segundo piso: entre la transformación y el oportunismo

Morena ha entrado en un proceso de contradicciones que se manifestará en los próximos meses. No se trata solamente de una crisis de principios, valores o identidad.

A partir de su vertiginoso crecimiento electoral, se ha convertido en refugio de cuadros políticos que durante muchos años militaron en el PRI, PAN, PRD y otros partidos.

Morena ha sido un movimiento político amplio, sin las rigideces organizacionales de los modelos partidarios tradicionales. Se constituyó como partido político por una necesidad legal. Bajo el modelo partidista que exige la Constitución, Morena ha sabido mantener la frescura y las ventajas de ser un movimiento político de transformación.

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Su mejor expresión han sido las alianzas con el PT, el Partido Verde e incluso con partidos locales. Gracias a ello, y a la flexibilidad en la conformación de sus órganos internos y en la toma de decisiones, Morena se ha consolidado como el partido hegemónico del país.

La enorme simpatía ciudadana seguirá volcada a favor del movimiento obradorista, pero esa misma popularidad ha propiciado la inclusión acelerada de varios personajes con un pasado cuestionable en otros gobiernos o partidos.

Morena, inevitablemente, expresará algunas contradicciones naturales y atravesará una crisis de crecimiento, donde sus bases se manifestarán en torno a esas nuevas afiliaciones, ya sea por considerarlas innecesarias, por cuestionar la conducta ética o política de los recién llegados, o incluso con el argumento de la antigüedad en el movimiento, como ocurrió con los Yunes en Veracruz hace unos meses.

Siempre he pensado que la política, especialmente la electoral, es dinámica. Lo principal para ganar elecciones es contar con un programa claro, expresado en una oferta política concreta para la ciudadanía, y conformar la mayor alianza social posible en torno a ese proyecto.

Ganar elecciones no es sencillo: requiere votos en las urnas, y para lograrlos es necesario construir y conquistar voluntades, directa o indirectamente. Pero la política también es una acción permanente, y la principal responsabilidad de cualquier dirigente partidario es ganar elecciones y mantener la unidad interna.

Por ello, la actual crisis de crecimiento debe evaluarse con serenidad y atenderse con mesura, pues podría derivar en derrotas innecesarias y comprometer los logros alcanzados.

La dirigencia partidaria está obligada a escuchar todas las voces, procurar equilibrios y sostener el crecimiento político y electoral. Morena está llamada a redefinir su contenido y su programa en este “segundo piso” de la transformación, para seguir representando a todos los sectores sociales del país y distinguir claramente entre oportunidad política y oportunismo político.

Morena ha sabido sortear los problemas derivados de las candidaturas improvisadas. Las encuestas, como herramienta sustantiva para la toma de decisiones, le han permitido un crecimiento electoral extraordinario.

A sólo 11 años de haber obtenido su registro como partido, ha conquistado dos veces la Presidencia de México, mantiene una mayoría legislativa y gobierna el mayor número de entidades federativas. Cuidar todo eso —más allá de afectos o desafectos— es tarea de la dirigencia. Ejecutar la política partidaria, en cambio, es responsabilidad de los representantes populares.

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