La violencia simbólica suele pasar desapercibida, pero sus efectos son profundos y constantes. Un ejemplo reciente lo protagonizó Javier 'Chicharito' Hernández —uno de los futbolistas más conocidos del país— emitió en redes sociales comentarios que provocaron una oleada de críticas, al declarar que las mujeres debían “encarnar su energía femenina” atendiendo el hogar, siendo lideradas por los hombres y evitando “erradicar la masculinidad”. Más allá de su superficial envoltura de espiritualidad, sus palabras desataron una reacción contundente: desde la condena de figuras públicas como la presidenta Claudia Sheinbaum, hasta pronunciamientos institucionales de la Federación Mexicana de Futbol y marcas que decidieron deslindarse de sus declaraciones.
Lo que ocurrió no es una simple anécdota mediática. Es un reflejo vivo de cómo persisten en la sociedad discursos que validan y perpetúan roles de género profundamente desiguales. Lo dicho por Hernández es un ejemplo claro de violencia simbólica, un concepto acuñado por el sociólogo Pierre Bourdieu para describir aquellas formas de dominación que se ejercen de manera sutil, a través de mensajes, estereotipos, bromas, creencias o “valores tradicionales”, que terminan por reforzar estructuras de desigualdad.
Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2021, publicada por INEGI en 2023, el 70.1 % de las mujeres de 15 años o más en México ha experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida. La más común de todas es la violencia psicológica, que incluye humillaciones, amenazas, control económico o emocional y, sí, también mensajes como los de “Chicharito”. Esta forma de violencia representa el 51.6 % del total de agresiones sufridas por las mujeres encuestadas.
Estos datos reflejan lo que muchas mujeres viven cotidianamente: un entorno en el que los comentarios, actitudes o normas implícitas las colocan en una posición subordinada; y si bien no siempre dejan huellas visibles, sí afectan su autoestima, su salud mental y sus oportunidades de desarrollo. Por eso es tan importante señalar que lo que dijo “Chicharito” no fue solo una opinión personal: fue una expresión de poder que reproduce y valida un modelo desigual de convivencia entre hombres y mujeres.
Pero también hay algo positivo que resaltar. La sociedad ya no guarda silencio como antes. La respuesta a sus declaraciones fue firme y transversal. Activistas, ciudadanas, periodistas, deportistas e incluso instituciones, alzaron la voz y dejaron claro que los tiempos han cambiado. Hoy existe un músculo social que cuestiona el machismo, que exige responsabilidad y que no tolera discursos que perpetúan la desigualdad.
No se trata de censura, se trata de conciencia. De entender que quienes tienen plataformas públicas deben asumir su impacto. Que los avances en materia de género no se consolidan solo con leyes o políticas públicas, sino también con la transformación cultural que comienza en la manera en la que hablamos, nos relacionamos y valoramos a los demás.
Como legisladora y como mujer, reafirmo mi compromiso para seguir trabajando en la erradicación de todas las formas de violencia contra las mujeres, en particular aquellas que, como la simbólica, pasan desapercibidas y por eso mismo resultan más peligrosas. Porque no basta con condenar la violencia cuando es visible; hay que desmontar también la que se esconde en los discursos, las creencias y los roles tradicionales.
La lucha por la igualdad no es contra los hombres, sino contra los modelos que los privilegian a costa de nosotras. Y aunque aún queda mucho camino por recorrer, cada vez somos más quienes estamos dispuestas a no retroceder ni un paso. Porque cada palabra cuenta, y en la lucha por la igualdad, el silencio ya no es una opción.
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