En un país donde el ruido político y empresarial suele acaparar los reflectores, hay un México que trabaja en silencio. Ese que no aparece en las portadas, pero que amanece antes que el sol para levantar la cortina de una tiendita, de un changarro o de un taller. Ese México se construye desde abajo… con las manos, con el alma.

Las MIPYMES —que representan el 99.8 % de las empresas mexicanas— generan más del 50% del PIB y el 70% de los empleos formales. Pero más allá de las estadísticas, son personas con historias que reflejan lo mejor de nuestro país: lucha, ingenio, esperanza.

Piensa en Teresa Galindo, una jefa de familia en Ecatepec que fundó su estética en un cuarto de lámina. Empezó con una silla prestada y un espejo roto. Hoy da empleo a tres mujeres y tiene clientas fieles que la llaman “la psicóloga del barrio”. Con tijeras y palabras, dignifica a su comunidad.

O en Carlos “El Güero” Ramírez, quien tras perder la vista en un accidente, se negó a ser dependiente. Aprendió panadería en la ONCE y montó su propio negocio en León. Hoy hornea con el tacto, y su pan… siempre se agota. Su lema: “No necesito ver para creer en mí”.

¿Y qué estamos haciendo como sociedad para fortalecer estas raíces? No basta con admirarlas. Necesitamos políticas públicas que escuchen y actúen, financiamiento accesible, digitalización sin discriminación, y una cultura que valore lo local como orgullo, no como último recurso.

Como escribió José Vasconcelos: “Un pueblo sin ideales no vale nada, y un ideal que no se realiza, no sirve para nada”. Hoy, el ideal debe ser claro: hacer de México una tierra donde el esfuerzo pequeño también tenga grandes resultados.

Porque ellos no están esperando milagros, están pidiendo condiciones justas para crecer. Capacitación real, trámites accesibles, créditos humanos. No quieren caridad, quieren cancha pareja.

La transformación que tanto anhelamos no llegará desde arriba, llegará cuando empoderemos a quienes ya están moviendo al país desde abajo.

Hoy más que nunca, hay que mirar a esas manos anónimas y decir: gracias. Y luego, actuar para que su futuro no dependa solo de su fuerza, sino también de nuestro compromiso.

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