En el debate sobre el desarrollo, los números son importantes, pero no lo son todo. La reciente Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH 2024) muestra avances que merecen ser reconocidos, el ingreso promedio per cápita mensual creció 22.2% en términos reales desde 2018, y fueron los más pobres quienes tuvieron el mayor beneficio. El decil I, el 10% con menores ingresos, experimentó un aumento del 41%, mientras que el decil X, el 10% más rico, creció un 14%. Además, la pobreza se redujo en más de 12.3 millones de personas, pasando de 41.9 millones en 2018 a 29.6 millones en 2024. Y la desigualdad, medida por el coeficiente de Gini, alcanzó su nivel más bajo en la historia reciente: 0.391.
Son resultados que muestran el impacto positivo de los programas sociales y del esfuerzo del Gobierno de México en redistribuir recursos hacia los más vulnerables. Sin embargo, como advirtió el Nobel Amartya Sen, la pobreza no es solo falta de ingresos, sino ausencia de libertades reales. Tener más dinero es valioso, pero si no se traduce en acceso a educación, salud, vivienda adecuada y seguridad, el círculo de carencias se mantiene.
Aquí entra la voz de Martha Nussbaum, quien complementó la visión de Sen con una lista concreta de capacidades básicas que toda persona debería ejercer: vivir con salud, participar en la vida pública, disfrutar de recreación y tener control sobre el propio entorno. México no puede perder de vista que el desarrollo debe medirse no solo en pesos, sino en vidas plenas y justas.
El diseño de políticas efectivas requiere, como señalan Sabina Alkire y James Foster, medir la pobreza en toda su complejidad. Su método Alkire-Foster, base del Índice de Pobreza Multidimensional usado por la ONU, permite identificar no solo cuántos son pobres, sino qué tan profundas son sus privaciones.
En ese sentido, el reto de México no es únicamente sostener el crecimiento de los ingresos, sino convertirlo en capacidades tangibles que transformen vidas.
Un camino estratégico es fortalecer los negocios familiares, columna vertebral de la economía mexicana. Impulsar su crecimiento y formalización no solo genera empleo, también amplía la base productiva y fiscal del país, creando condiciones para invertir en sectores multifuncionales como la agroindustria, la energía y la tecnología. Para que ello ocurra, la formalidad es indispensable: otorga acceso a crédito, seguridad social, capacitación y mercados más amplios.
México está frente a una oportunidad histórica: traducir los avances económicos en una reducción estructural de la pobreza. Como escribió Mario Benedetti: “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto cambiaron todas las preguntas”. El país ya dio un paso firme en los ingresos, ahora la pregunta clave es: ¿cómo convertirlos en un futuro donde cada mexicano pueda vivir con dignidad y oportunidad?
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