Octavio de la Torre

Del trabajo duro al valor inteligente: el ascenso del sector servicios

Durante el último siglo, el mundo ha presenciado una transformación profunda: la migración de una economía basada en la producción de bienes a una centrada en la prestación de servicios. Este proceso, conocido como terciarización, no es una moda ni una tendencia pasajera. Es el resultado de una evolución estructural impulsada por cambios tecnológicos, demográficos y culturales.

En países como Estados Unidos, Alemania y Japón, el sector servicios representa ya entre 70% y 79% del PIB y del empleo total. En México, la terciarización comenzó en los años 80 con su apertura comercial y ha alcanzado entre 45% y 60% del PIB nacional, superando incluso el 72% en economías como la brasileña. Esta transición ha sido clave para el crecimiento urbano, el fortalecimiento del turismo, el auge de las tecnologías de la información y la expansión del comercio global.

Varios factores explican esta transformación. Uno de ellos es el crecimiento acelerado de las ciudades, que concentran más del 60% de la población mundial y más del 80% del PIB global. Estas urbes demandan servicios como salud, educación, movilidad, vivienda y seguridad. Además, la internacionalización de los mercados ha permitido a países como México exportar no solo bienes, sino servicios digitales, educativos y financieros.

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La tecnología ha jugado un papel determinante. Ha automatizado procesos industriales y, al mismo tiempo, ha creado nuevos sectores: fintech, logística digital, educación en línea, entretenimiento por streaming. Hoy, el valor ya no está solo en lo que se fabrica, sino en la experiencia, el conocimiento y la personalización.

Pero este cambio también exige una nueva mentalidad. No basta con terciarizar por inercia. Se requiere formalizar, capacitar, innovar y descentralizar. Es indispensable llevar servicios de calidad a regiones menos desarrolladas, profesionalizar el talento y promover marcos legales modernos que potencien este ecosistema.

El mundo ya no gira en torno a lo que poseemos, sino a lo que sabemos, compartimos y experimentamos. Quien entienda esta nueva lógica y actúe en consecuencia, no solo crecerá económicamente, sino que construirá una sociedad más justa, conectada y resiliente.

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