El regreso a clases es uno de esos momentos que se sienten en cada esquina, en cada mercado, en cada tienda de barrio y en cada familia. No se trata solamente de un calendario escolar, sino de una auténtica movilización social y económica. Los niños, con su sola presencia en las aulas, generan un movimiento que impacta directamente en la economía local y nacional: ellos, sin proponérselo, mueven al mundo.

Cada lápiz, cada cuaderno, cada par de zapatos escolares representa un engranaje de esta maquinaria económica. Los comercios locales se preparan para recibir a madres y padres que buscan los mejores precios; las grandes cadenas de papelerías lanzan promociones; los tianguis y bazares se llenan de mochilas coloridas, mientras costureras y bordadoras ofrecen uniformes personalizados. Es, sin duda, una de las temporadas de mayor derrama económica del año.

La Procuraduría Federal del Consumidor estima que durante estas semanas el gasto por familia se multiplica, generando una derrama que sostiene desde las papelerías de barrio hasta las empresas de transporte, los fabricantes de calzado y los pequeños emprendimientos que, en redes sociales, ofertan todo tipo de accesorios escolares. El regreso a clases es, en sí mismo, un dinamizador económico.

Pero detrás de esta realidad también hay un rostro humano que merece ser visibilizado: el de las madres que llevan solas el sustento. Para muchas de ellas, el inicio del ciclo escolar no solo significa ilusión, también representa un enorme reto financiero. Con un salario que en muchos casos no alcanza a cubrir lo básico, deben multiplicar recursos para que nada falte en la mochila de sus hijos.

Son ellas quienes hacen magia con la economía del hogar: trabajan jornadas largas, se organizan para comprar por mayoreo, intercambian útiles con otras madres, acuden a los bazares de emprendedoras —las famosas “nenis”—, y aún así, muchas veces deben endeudarse para que sus hijos puedan iniciar el ciclo escolar en igualdad de condiciones.

El esfuerzo de estas mujeres es un recordatorio de que la economía no es solo un asunto de indicadores y gráficas. La economía se mide también en sacrificios, en desvelos y en creatividad cotidiana para estirar el gasto. Es ahí donde se revela una verdad poderosa: el motor más fuerte de la economía son las familias, y dentro de ellas, las mujeres que sostienen la vida con sus manos.

Si los niños mueven la economía con su regreso a clases, son las madres quienes con su esfuerzo silencioso sostienen ese movimiento. Ellas transforman la derrama económica en una oportunidad para el crecimiento de sus hijos, en un acto de resistencia y de amor.

Por eso, hablar del regreso a clases es también hablar de justicia social. Es reconocer la necesidad de políticas públicas que apoyen a estas familias, de créditos accesibles para madres emprendedoras, de programas de abasto escolar que alivien el bolsillo y, sobre todo, de valorar el consumo local. Porque cada peso invertido en la tiendita de la esquina o en la emprendedora mexiquense, fortalece la economía de quienes más lo necesitan.

En cada uniforme comprado, en cada cuaderno que se estrena, late una historia de esfuerzo. Y aunque el regreso a clases dura unas cuantas semanas, el eco de esa derrama económica se extiende a lo largo del año, recordándonos que, en realidad, los niños no solo mueven la escuela: mueven el país.

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