Hablar es un acto político, y para las mujeres, usar la voz en el ámbito de la comunicación se convierte en una forma de resistencia y transformación. Durante siglos se nos enseñó a callar, a ser discretas, a no incomodar con lo que pensamos. Hoy, sin embargo, la voz femenina ha encontrado nuevos espacios, desde las redes sociales hasta los medios de comunicación, las mujeres tomamos la palabra para visibilizar realidades, cuestionar estructuras y defender nuestros derechos.
Las áreas de oportunidad son enormes. Las mujeres comunicadoras no sólo informan, generan narrativas que educan, sensibilizan y movilizan a la sociedad. Nuestra voz puede ser puente para contar las historias silenciadas, para dar nombre a las violencias normalizadas y para exigir que los derechos humanos de las mujeres no sean una promesa incumplida, sino una garantía cotidiana.
Pero este camino no está exento de obstáculos. La discriminación de género en los medios sigue siendo una realidad: se nos limita a ciertos temas “suaves”, se cuestiona nuestra capacidad técnica, y en muchos casos se nos reduce a la apariencia antes que al talento. Además, la violación a la libre expresión golpea con fuerza a las mujeres comunicadoras, que son blanco de censura, amenazas, hostigamiento digital y campañas de desprestigio. Alzar la voz contra el machismo, contra la violencia o contra los poderes establecidos tiene un costo que, lamentablemente, muchas pagan con miedo, autocensura o incluso con su vida.
Sin embargo, es justo reconocer que también se han abierto puertas. Hoy contamos con medios periodísticos, plataformas digitales y espacios de comunicación que nos permiten expresarnos con mayor libertad y dar visibilidad a lo que antes quedaba oculto. Y es algo por lo que siempre estaremos agradecidas, porque demuestra que nuestras voces no solo incomodan, también transforman, también construyen.
Aquí radica la alquimia femenina: transformar la adversidad en poder colectivo. Crear redes de comunicadoras que se respalden mutuamente, impulsar medios independientes liderados por mujeres, aprovechar la fuerza de lo digital para difundir mensajes sin filtros, y formar nuevas generaciones que entiendan que la palabra de una mujer no es un adorno, sino un derecho.
Nuestra voz no pide permiso, se afirma. No se limita a describir el mundo: lo reinventa. El reto es seguir ocupando espacios, derribar estereotipos y garantizar que ninguna mujer sea silenciada. Porque cuando una mujer habla, no solo se escucha a ella: se abre un eco que resuena por todas nosotras.
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