Ser mujer en la era digital es una paradoja profunda: por un lado, tenemos más herramientas que nunca para alzar la voz; por el otro, enfrentamos nuevas formas de violencia que intentan silenciarnos. La tecnología, ese espacio que prometía libertad, también ha sido usada como campo de batalla para violentar, censurar y controlar a las mujeres.
Hoy, una mujer puede emprender, crear contenido, denunciar injusticias o liderar comunidades desde la pantalla de un teléfono. Las redes sociales se han convertido en vitrinas donde expresamos identidad, opinión, creatividad y lucha. Son espacios donde la libre expresión femenina ha tomado fuerza, incomodando a quienes históricamente han querido que guardemos silencio. Y precisamente por eso, también se han convertido en escenarios de riesgo.
La violencia digital es real. Atraviesa fronteras, invade hogares y se disfraza de comentarios, mensajes, ataques coordinados, difusión de contenido íntimo sin consentimiento o suplantaciones de identidad. Es una extensión de la violencia de género, tan peligrosa como la física, porque busca quebrar algo igual de valioso: la voz.
El problema no es la tecnología, sino el uso que se hace de ella y la falta de educación digital con perspectiva de género. Muchas mujeres no saben cómo proteger su información, qué hacer ante un ataque o qué herramientas legales existen. Y ahí es donde debemos poner el foco: en que la tecnología puede ser aliada si se usa con conocimiento, y enemiga si nos toma vulnerables.
Por ejemplo, las herramientas digitales permiten a miles de mujeres emprender sin depender de nadie, vender productos desde casa, estudiar carreras completas en línea o denunciar violencia sin exponerse físicamente. La inteligencia artificial, los cursos gratuitos, los marketplaces y las plataformas de financiamiento colectivo están abriendo caminos que antes eran imposibles.
Pero al mismo tiempo, enfrentamos algoritmos que sexualizan más a las mujeres, filtros que exigen perfección, dinámicas que fomentan competencia tóxica y plataformas que no actúan con rapidez ante ataques que ponen en riesgo nuestra integridad.
La libre expresión de las mujeres necesita algo urgente: protección digital con perspectiva de género. Necesita leyes más claras, instituciones más rápidas, plataformas más responsables y, sobre todo, mujeres informadas que conozcan sus derechos en el mundo físico y en el virtual.
Callarnos nunca ha sido opción. Pero expresarnos no debería costar seguridad, paz mental o reputación. La tecnología debe ser herramienta, no arma.
Hoy más que nunca, defender la libre expresión de las mujeres significa también defender su derecho a existir en internet sin miedo.
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