Queridas mujeres alquimistas:

Hay ausencias que nunca se llenan.

Hay nombres que, aunque ya no se pronuncien todos los días, viven en nosotras como un susurro, como una brújula, como un cobijo.

Hay padres que, aunque ya no estén en esta tierra, jamás dejan de cuidarnos desde el cielo.

Hoy quiero hablarte a ti, mujer que alguna vez fuiste niña y tuviste un papá que te enseñó a ser fuerte, o que simplemente estuvo ahí, con sus errores y aciertos, dándote lo que pudo, como supo.

Ese papá que te llevó de la mano, que te abrazó en tus miedos, que te enseñó con el ejemplo o con el silencio.

Ese hombre que marcó tu historia y que ahora habita en tu recuerdo, pero también en tu fuerza.

Cuando un padre se va, algo en nosotras se rompe, pero también algo se despierta.

Porque aprendemos a hablarle al cielo.

A escuchar señales en el viento.

A sentirlo en una canción, en un olor, en una frase que solía decir.

A veces, cuando la vida se pone difícil, sentimos ese impulso que no viene de nosotras, sino de él…

de su amor eterno que no desaparece con la muerte.

El papel de un padre es inmenso.

Un buen padre no solo protege, sino que forma, inspira, construye cimientos que duran toda la vida.

A veces son serios, otras bromistas. A veces callados, otros sabios.

Pero en lo profundo, su presencia —y también su ausencia— nos moldea, nos fortalece, nos enseña a mirar el mundo con otros ojos.

Para muchas de nosotras, papá fue ese primer amor limpio, ese modelo de lo que merecemos, ese respaldo que nos hacía sentir invencibles.

Y cuando ya no está, nos cuesta. Nos duele. Nos cambia.

Pero también nos transforma.

Porque aprendemos a seguir caminando, pero más sabias.

Porque lo llevamos dentro cuando tomamos decisiones valientes.

Porque su amor nos guía sin necesidad de palabras.

Querida mujer, si tu padre ya no está, permítete llorarlo, recordarlo, hablarle cuando lo necesites.

Pero también permítete vivir con alegría, porque nada lo hará más feliz que verte plena, libre, realizada.

Y si eres madre, sabrás también que un padre presente en la vida de un hijo deja raíces fuertes.

Que cuando el padre es amoroso, justo y cercano, le regala a su hija la certeza de que merece respeto y a su hijo, la guía para convertirse en un hombre íntegro.

Hoy, desde esta alquimia femenina que convierte el dolor en luz, abrazamos a todos esos padres que ya partieron, pero que no han dejado de acompañarnos.

Gracias por tu amor, por tu legado, por tus lecciones.

Gracias, papá, por seguir siendo mi estrella más brillante.

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