En un mundo hiperdigitalizado donde las palabras viajan a la velocidad de un clic y las imágenes son capaces de mover conciencias, la libertad de expresión cobra un papel central en la construcción de democracias inclusivas. Para muchas mujeres, hablar, denunciar, crear contenido o simplemente narrar su historia en medios digitales, radio o televisión, no es solo un derecho: es un acto de alquimia profunda. Convertir el silencio en palabra, el miedo en voz, la invisibilidad en presencia.

La Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión, vigente en México desde 2014, establece en su artículo 6° constitucional el derecho de toda persona a buscar, recibir y difundir información e ideas de toda índole, por cualquier medio. Esta ley ha sido clave para garantizar que los medios públicos y privados respeten la pluralidad, la diversidad cultural y la equidad de género. Sin embargo, queda mucho por hacer para que esta libertad no sea un privilegio de unos cuantos, sino un derecho garantizado, especialmente para mujeres, juventudes y comunidades históricamente excluidas.

La libre expresión en medios digitales ha abierto una puerta sin precedentes para quienes no tenían cabida en los medios tradicionales. Las redes sociales, blogs, pódcast, canales independientes y transmisiones en vivo han democratizado la voz, permitiendo que desde una zona rural o una colonia marginada, una mujer pueda generar impacto, crear conciencia, proponer cambios y documentar su realidad. Esta capacidad de “libre experimentación” también está reconocida como parte del derecho a innovar, a crear nuevas formas de comunicación y a participar activamente en el espacio público digital.

Sin embargo, esta libertad también enfrenta barreras: violencia digital, censura indirecta, falta de acceso tecnológico, algoritmos discriminatorios y concentraciones mediáticas que perpetúan estereotipos. En medios tradicionales —tanto públicos como privados— aún es evidente la escasa representación de voces femeninas con enfoque crítico, comunitario o feminista. La “libertad” se ve condicionada por líneas editoriales, intereses corporativos o censuras sutiles.

Por eso, ejercer la libre expresión desde una mirada femenina, comunitaria y transformadora se convierte en un acto de valentía. No se trata solo de hablar, sino de ser escuchadas; no solo de estar presentes, sino de influir. Es ahí donde la alquimia femenina emerge: al usar los medios como herramientas de sanación, denuncia, propuesta y creación colectiva.

Nuestro desafío no es menor. Requiere impulsar la alfabetización digital con enfoque de género, fomentar contenidos diversos en medios públicos, proteger a las comunicadoras independientes, y asegurar que la ley se aplique con justicia. Solo así garantizaremos que la libertad de expresión no sea una consigna abstracta, sino una realidad viva, dinámica y profundamente transformadora.

Porque cada vez que una mujer toma un micrófono, escribe un post, transmite en vivo o simplemente se atreve a contar su verdad, la historia cambia. Y esa es la alquimia que nos toca defender.

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