En el crisol de nuestra sociedad mexicana, la palabra es el oro más valioso que poseemos. La libertad de expresión no es un privilegio, es un derecho humano, un pilar democrático que sostiene la posibilidad de disentir, de proponer y de transformar. Sin embargo, hoy enfrentamos una pregunta que arde en el debate público: ¿hasta dónde llegará la Ley de Telecomunicaciones y Radiodifusión? ¿Será realmente un garante de voces plurales o se convertirá en un instrumento de censura, que acalle las formas ideológicas y los discursos incómodos?

La comunicación no es neutral, construye imaginarios, moldea conciencias y abre caminos de entendimiento. Por ello, una ley que regula lo que escuchamos, vemos y compartimos, tiene un peso que trasciende lo técnico y lo jurídico; es, en esencia, un reflejo de qué tan libre queremos ser como sociedad.

Desde la perspectiva de las mujeres y de los movimientos sociales, la pregunta no es menor. Si la ley se convierte en un filtro demasiado estrecho, ¿qué pasará con las voces de quienes históricamente hemos sido silenciadas? ¿Con los medios comunitarios, las periodistas independientes, las organizaciones de la sociedad civil que exigen derechos, o con las jóvenes que utilizan las redes para visibilizar injusticias? Callar la palabra de las mujeres es volver a levantar muros de invisibilidad en un país que necesita urgentemente derribarlos.

En tiempos donde las plataformas digitales se han convertido en trincheras de resistencia y creación, la tentación de controlar el flujo de ideas es grande. Pero debemos preguntarnos: ¿se pretende proteger la sociedad de discursos dañinos o proteger al poder de las voces críticas? La línea es tan delgada que, si no estamos alertas, podríamos normalizar un escenario en el que la pluralidad se vea reducida a un murmullo, donde el disenso quede atrapado en el eco de lo prohibido.

Transformar significa también cuestionar. La ley debe ser un puente, no una barrera; debe garantizar la diversidad cultural, la voz indígena, la voz juvenil, la voz feminista, la voz ciudadana, porque todas ellas son parte de la riqueza democrática. No podemos permitir que el miedo a la crítica se convierta en mordaza.

Exigimos una ley que dé vida a la pluralidad y que no entierre las semillas de la libertad bajo el peso de la censura. La historia nos ha mostrado que cada vez que se intenta callar a los pueblos, la voz resurge más fuerte.

La verdadera radiodifusión democrática no está en callar, sino en abrir espacios; no en limitar, sino en multiplicar. Y como mujeres que transformamos, debemos defender con firmeza que la palabra siga siendo nuestra herramienta más poderosa para construir futuro.

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