¿Qué significa ser una mujer mexicana? Tal vez, para muchas, es un reto que se vive todos los días. Ser mujer en México no es únicamente portar con orgullo un origen, una historia y una cultura; también es cargar con desigualdades, violencias y silencios que aún no terminamos de derribar.
Hace muchos años, las mujeres dieron luchas que parecían imposibles. Hoy, aunque la sangre no corre en batallas como antaño, la desigualdad se respira en frío. México es todavía un país donde las niñas son vendidas, donde sus derechos humanos se vulneran y donde, lamentablemente, se les mira como objetos antes que como seres con dignidad y futuro.
Incluso en un país que presume tener a una mujer presidenta, la discriminación no ha desaparecido: se siente en los comentarios, en las estructuras, en la falta de confianza hacia el liderazgo femenino. La inseguridad se ha vuelto rutina: encerrarnos temprano en casa para no arriesgar la vida, caminar de día con miedo de ser violentadas, acudir a denunciar solo si la sangre es visible… ¿Ese es el país que merecemos?
Vivimos en un México donde la educación aún tiene deudas, donde enseñar a las niñas a ser líderes y a no temer levantar la voz es todavía un acto de rebeldía. Un país donde, tristemente, algunas mujeres siguen poniéndose el pie entre ellas, olvidando que la verdadera lucha es contra los sistemas que nos oprimen.
Y, sin embargo, aquí estamos. Hechas en México. Orgullosas de nuestra raíz, de la valentía que nos caracteriza, de la esperanza que seguimos sembrando. Porque México no sólo nos ha dado cicatrices, también nos ha dado fuerza. Esa fuerza que nos permite abrir puertas, derribar techos de cristal y sostener con nuestras manos la economía, las familias y la vida misma de este país.
Ser mujer mexicana es entender que no basta con leyes escritas: hay que vivirlas, exigirlas y defenderlas. No basta con símbolos de poder: hay que transformar el poder en acciones. La verdadera alquimia femenina ocurre en cada trinchera: en las organizaciones civiles, en los emprendimientos, en las aulas, en los hogares, en los espacios donde sembramos amor y futuro.
Porque más allá de la adversidad, ser hecha en México significa valentía, compromiso y esperanza. Significa saber que el cambio no llegará de arriba, sino de nosotras, desde cada paso que damos y cada voz que se alza.
Hoy puedo decirlo con orgullo: soy hecha en México. Soy parte de una generación que sigue en la lucha, que no se rinde, que se levanta. Y aunque el camino es largo, lo recorremos con la convicción de que nuestras niñas vivirán un México distinto: un México más justo, más seguro y más humano.
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