El cáncer de mama se ha convertido en una herida abierta que cada año intentan cubrir con un moño rosa. Octubre llega con campañas, eventos y mensajes de esperanza, pero también con el eco de una verdad incómoda: el cáncer de mama sigue siendo un tema de salud olvidado por los gobiernos. Mientras las luces pintan monumentos y las marcas cambian sus colores, miles de mujeres en México enfrentan solas una lucha que no debería depender del esfuerzo individual, sino del compromiso público.

En los hospitales faltan mastógrafos, medicamentos y personal especializado. En las comunidades rurales, muchas mujeres ni siquiera tienen acceso a un centro de salud cercano o a un diagnóstico temprano. La prevención se convierte en un privilegio, cuando debería ser un derecho universal. Y así, el discurso del “tócate para que no te toque” se transforma en una carga que nos recuerda que incluso cuidarnos es una batalla que libramos con nuestros propios recursos.

Son las asociaciones civiles, los colectivos de mujeres y algunas empresas con conciencia social quienes hoy sostienen la lucha. Son ellas las que organizan jornadas de mastografía gratuita, acompañamiento psicológico y campañas de información. Hacen lo que el sector salud debería garantizar: acceso, atención y seguimiento. Su labor es invaluable, pero también evidencia el vacío institucional que deja a las mujeres en la espera, en la incertidumbre, en el abandono.

Cada historia de una mujer que enfrenta el cáncer es una historia de resistencia. Resistir al dolor, al miedo, a la burocracia. Resistir al sistema que no escucha, a los diagnósticos tardíos, a las medicinas que no llegan. Y sin embargo, seguimos aquí, tocándonos, revisándonos, hablándonos entre nosotras, recordándonos que la prevención está en nuestras manos, pero que la responsabilidad de garantizar la vida es de los gobiernos.

La salud no puede ser una campaña de temporada ni una foto con listones. La salud es política pública, infraestructura, presupuesto y voluntad. No podemos seguir aceptando que la detección temprana dependa de donativos, ni que la atención médica sea un favor. La vida de una mujer no debería depender de la suerte ni del lugar donde nació.

Creemos que la lucha contra el cáncer de mama no puede reducirse a un mes de color. Debe ser un compromiso de todos los días, de todos los niveles, de todos los sectores. Porque cuando una mujer muere por falta de atención, no es el cáncer el que la mata: es la indiferencia.

Hoy, más que vestirnos de rosa, debemos alzar la voz. Exigir un sistema de salud digno, humano, accesible. Reconocer a las organizaciones que, con poco, hacen mucho. Y recordar que la verdadera conciencia no se pinta, se practica.

Mientras tanto, seguiremos tocándonos y hablando de esto, porque en cada mujer que se revisa a tiempo hay una historia que no termina, hay una vida que continúa, hay un acto de rebeldía. En cada cuerpo que se toca con amor, hay una forma de resistencia. Porque el rosa no debería ser un enredo, sino un símbolo de vida, de justicia y de memoria.

Entre enredos rosas, seguimos luchando. Seguimos vivas. Seguimos despertando.

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