Miriam Martínez

El costo invisible de la crianza

ALQUIMIA FEMENINA

En México, la falta de manutención y el abandono económico siguen siendo heridas abiertas que muchas mujeres enfrentan en silencio. Cuando una relación termina, no solo se rompe un vínculo emocional: también se fractura la estabilidad financiera de hogares sostenidos casi siempre por una sola persona: la madre.

Según datos del INEGI, en el país viven más de 38 millones de madres, y una de cada diez es madre soltera. De ellas, el 78 % trabaja, aunque la mayoría lo hace en empleos informales o con bajos salarios. Más de 10 millones de madres carecen de prestaciones laborales y, en promedio, destinan el 40 % de sus ingresos a la alimentación, seguidos por transporte, vivienda y educación. Estos números reflejan una realidad: la maternidad en solitario suele ir acompañada de desigualdad económica.

Muchas de estas mujeres dedicaron años a la crianza, sacrificando desarrollo profesional por el bienestar de sus hijos. Cuando llega la separación, deben enfrentarse a un mercado laboral que las castiga por esas pausas. Falta de experiencia reciente, discriminación por tener hijos pequeños y horarios inflexibles se convierten en barreras invisibles que impiden reconstruir su independencia económica.

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A la par, el incumplimiento de la manutención agrava la pobreza en los hogares con jefatura femenina. A pesar de que las leyes reconocen este derecho, los mecanismos para hacerlo cumplir son lentos e ineficientes. Los registros de deudores alimentarios avanzan, pero aún sin impacto real en el bolsillo de las madres. En este contexto, la violencia económica se convierte en una forma más de control y vulnerabilidad.

La pregunta es inevitable: ¿qué estamos haciendo como sociedad, empresas y gobierno para revertirlo?

Desde las empresas, urge transformar la cultura laboral. No se trata de favores, sino de justicia económica. La implementación de horarios flexibles, el teletrabajo y los espacios de cuidado infantil pueden marcar la diferencia. La maternidad no debería verse como un obstáculo, sino como una fortaleza que aporta resiliencia, liderazgo y empatía al entorno laboral.

Desde el gobierno, se requiere firmeza y visión. No bastan registros públicos: se necesitan sanciones efectivas contra deudores alimentarios, créditos accesibles para madres solteras, ampliación de guarderías y políticas que reconozcan el trabajo doméstico y de cuidado como motor económico del país. Cada peso invertido en mujeres es una inversión en desarrollo social.

Desde la sociedad, hace falta empatía y corresponsabilidad. Es momento de dejar de juzgar a las madres que crían solas y, en cambio, construir redes de apoyo que les permitan acceder a tiempo, trabajo y oportunidades.

La alquimia femenina ocurre cuando una mujer transforma la adversidad en impulso. Pero no debería ser una hazaña individual. Prosperar no puede depender del sacrificio silencioso de millones de mujeres. Un país que no sostiene a sus madres está renunciando a su propio futuro.

Porque la economía no solo se mide en números, sino en las vidas que sostiene. Y cuando una mujer logra estabilidad, toda una generación tiene esperanza.

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