Hablar de los derechos laborales de las mujeres en México es reconocer que, al menos en el marco jurídico, se ha avanzado. La Ley Federal del Trabajo establece igualdad salarial, prohíbe la discriminación, protege la maternidad y reconoce la necesidad de un entorno libre de violencia y hostigamiento. Sobre el papel, el país garantiza que una mujer reciba las mismas oportunidades que un hombre y que su vida laboral no sea interrumpida ni castigada por su maternidad o por el simple hecho de ser mujer.

Sin embargo, la realidad nos devuelve un panorama distinto. La brecha salarial persiste: las mujeres, en promedio, ganan menos que los hombres, aun desempeñando el mismo trabajo. A muchas se les sigue exigiendo pruebas de embarazo al momento de ser contratadas, práctica ilegal pero común. Y aunque la ley protege los descansos por maternidad y lactancia, no pocas veces son vistos como un obstáculo por los empleadores, generando un entorno de discriminación silenciosa.

El acoso laboral y sexual es otro enemigo persistente. La ley lo prohíbe, pero muchas trabajadoras callan por miedo a perder su empleo o a ser revictimizadas. El derecho a un entorno laboral digno, en la práctica, se ve condicionado por una cultura machista que todavía se resiste a reconocer a la mujer como igual.

¿Qué necesitamos, entonces, para que los derechos laborales de las mujeres no sean solo letra muerta? Primero, exigir la aplicación de la ley. No basta con saber que existen derechos; debemos hacerlos valer en cada empresa, en cada oficina, en cada fábrica. Segundo, promover una cultura laboral incluyente, donde la maternidad no sea vista como un obstáculo, sino como parte natural de la vida. Y tercero, educar a las nuevas generaciones en la igualdad, porque un patrón, un jefe o un compañero que entiende y respeta la dignidad de la mujer será el verdadero garante de sus derechos.

La alquimia femenina nos recuerda que transformar la realidad laboral de las mujeres no es tarea de unas cuantas, sino de toda la sociedad. Porque una mujer con derechos laborales efectivos no solo mejora su vida: impulsa la economía, fortalece a su familia y abre camino para que otras no tengan que luchar por lo mismo.

La pregunta que queda en el aire es clara: ¿queremos seguir celebrando leyes en papel o construiremos un México donde cada mujer pueda trabajar con justicia, seguridad y dignidad? La respuesta está en lo que hacemos, o dejamos de hacer cada día.

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