Amiga, tenemos que hablar.

Diciembre ya llegó… y con ella mi último checklist del año.

No sé si te pasa, pero este mes tiene la costumbre de agarrarme de la mano y llevarme al espejo, no para ver mi cara, sino para ver mi alma. Es un espejo cruel y honesto: no perdona, pero tampoco miente.

A veces diciembre me pregunta cosas que preferiría esquivar:

¿Conseguiste el trabajo que soñabas?

¿Terminaste la carrera que prometiste no volver a suspender?

¿Sanaste lo que dijiste que ibas a sanar?

¿O sigues cargando lo que juraste dejar en enero?

Y ahí estoy yo, una mujer que hizo muchísimas cosas y dejó otras tantas pendientes. Una mujer que tuvo días luminosos, pero también días en los que sobrevivir ya era suficiente. Porque, aunque en redes parezca que todas corren, triunfan, emprenden, viajan y cumplen metas, la verdad es esta: todas tenemos algo que nos faltó, algo que nos dolió y algo que nos salvó.

Este año hice cosas que no pensé que lograría.

Me atreví a hablar cuando antes callaba.

Trabajé en mí, aunque nadie lo notara.

Busqué oportunidades nuevas incluso con miedo.

Y aunque no conseguí todas mis metas, conseguí algo más valioso: coraje.

Ese que nace cuando la vida te empuja y tú decides no caerte.

Pero también tengo una lista de “no”.

No siempre fui paciente.

No siempre me elegí.

No terminé todos mis pendientes.

No cumplí esa meta que juraba que sí.

Y ¿sabes qué? Duele.

Duele mirar atrás y sentir que este año se nos fue entre prisas, caos, responsabilidades y silencios que no tienen destinatario.

Duele llegar a diciembre con la sensación de correr sin alcanzar nada.

Pero entonces respiro y entiendo algo:

Diciembre no es un juez.

Es un recordatorio.

Un recordatorio de que aún estoy aquí.

De que puedo empezar de nuevo.

De que cada meta pendiente no es un fracaso, sino una promesa que todavía puedo cumplir.

De que el ritmo no define mi valor.

De que no necesito tener la vida resuelta para sentirme orgullosa.

Estamos a un mes de despedir el año.

Un mes donde todas corremos, donde la agenda se llena, donde las inseguridades crecen porque sentimos que no dimos suficiente.

Pero, amiga, escucha esto: ya diste mucho más de lo que crees.

No estás detrás.

No estás tarde.

No estás menos.

Estás viva, en movimiento, aprendiendo, avanzando incluso cuando parece que no.

Así que hoy, mientras miro mi checklist final, decido cambiar la pregunta.

No me pregunto qué hice o qué no hice.

Me pregunto: ¿quién fui este año?

Y la respuesta, aunque imperfecta, me abraza.

Fui mujer.

Fui fuerte.

Fui humana.

Fui suficiente.

Y eso, amiga… eso merece celebrarse, para ti y para mí.

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