En el corazón de Texcoco una nueva batalla por la memoria está en marcha. Vecinos del Parque Nacional Acueducto del Rey han vuelto a alzar la voz para exigir que se coloquen ventanas arqueológicas en una zona donde se construyen locales comerciales, precisamente en un sitio donde años atrás se hallaron vestigios de un acueducto tal vez parte del sistema hidráulico de los Baños de Nezahualcóyotl. No es la primera vez que pelean por preservar su patrimonio. Es, más bien, la continuación de una lucha que lleva décadas.

Su reclamo es justo: que el Instituto Nacional de Antropología e Historia coloque los espacios prometidos y que explique por qué se permitió la construcción comercial. Hay que recordar que a principios de siglo ya impidieron la construcción de una tienda de autoservicio en ese lugar.

El reclamo es claro: sí al desarrollo, pero no a costa de la historia. ¿Por qué construir sin mirar lo que hay debajo? ¿Por qué tapar lo que podría enseñarnos tanto de quiénes fuimos?

A unos 10 kilómetros de ese lugar, en lo alto del cerro de Tetzcotzinco, se esconde uno de los tesoros más subestimados de nuestro pasado: Los Baños de Nezahualcóyotl. Un sitio arqueológico que no solo es testigo de la grandeza hidráulica del México antiguo, sino también del genio político del Rey Poeta, quien mandó construir este complejo de canales, acueductos, jardines y albercas labradas en la roca viva, que desafiaban la geografía para llevar el agua.

Este legado de equilibrio entre naturaleza, arte y ciencia se encuentra hoy en el abandono, cubierto de tierra, maleza, basura y olvido.

Ojalá el reclamo de los vecinos en la zona de Los Ahuehuetes sirva también para voltear a ver este sitio arqueológico que nos regala una vista que nos hace viajar en el tiempo e imaginar lo que contemplaban los ojos del Rey Poeta.

Por eso lo que está en juego en Texcoco va más allá de unas cuantas piedras enterradas. Está en juego la memoria viva de un pueblo que alguna vez fue capital cultural del Anáhuac. Está en juego la posibilidad de reconciliar desarrollo y dignidad con raíces profundas.

Las ventanas arqueológicas que piden los vecinos no son capricho: son una forma concreta de mostrar lo invisible. De permitir que quienes caminan por ahí -niños, jóvenes, comerciantes, turistas- vean que bajo sus pies hay historia, hay grandeza, hay un legado de una de las civilizaciones más avanzadas de América.

La situación no debe verse solo como un conflicto entre arqueología y urbanismo. Es, más bien, un llamado a imaginar nuevas formas de construir comunidad. A entender que la historia no es un estorbo, sino una herramienta poderosa para el desarrollo.

Es la oportunidad perfecta para que las autoridades municipales, estatales, federales y el INAH trabajen juntos para diseñar un plan maestro que recupere y dignifique la zona arqueológica, que integre al pueblo en su conservación, que abra caminos para el turismo educativo y sostenible.

Conservar no significa congelar el tiempo, sino integrarlo de forma creativa y productiva a la vida cotidiana.

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