Miguel Ángel Ramos

Otumba, el llano que merece un museo

MexiquenSer

El 7 de julio de 1520 se vivió en Otumba uno de los hechos más relevantes en la historia de México, pero de los menos difundidos. Ese día marcaría la caída del imperio mexica.

El Sol caía sobre una llanura polvosa y abierta, en los límites de lo que actualmente son los municipios de Otumba y Axapusco. Ahí, un ejército desgastado, herido y hambriento -el de Hernán Cortés y sus aliados tlaxcaltecas-, enfrentó su momento más definitivo tras la sangrienta retirada de Tenochtitlán, en la Noche Triste o Victoriosa.

Si aquella batalla fue su mayor derrota, aquí protagonizarían una de las maniobras más audaces de la historia militar.

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Sin salida posible, y rodeados por miles de guerreros, todo parecía perdido. En el centro del ejército mexica se encontraba Matlatzincátzin, el cihuacóatl -una especie de vicetloatani-. Un noble que portaba el estandarte imperial. Su figura, más que la de un general, era el símbolo viviente del poder de la Triple Alianza.

En el mundo mexica, arrebatarle el estandarte al líder en combate significaba mucho más que una derrota militar. Era humillar la dignidad del ejército entero, provocar su colapso moral. Cortés lo sabía. Por eso, en un acto desesperado y brillante, tras cuatro horas de batalla, dirigió a su caballería directamente hacia el núcleo del enemigo.

Las crónicas cuentan que Cortés y Juan de Salamanca, a lomos de caballo, se abrieron paso entre los guerreros hasta llegar a Matlatzincátzin y, con un golpe certero derribarlo junto con el estandarte. Hay controversia sobre quién derribó al guerrero. El hecho es que el gran líder fue abatido.

En ese instante, el orden mexica se fracturó. Los guerreros, hasta entonces seguros de su victoria, entraron en pánico. Hay quienes hablan de 40 mil y hasta 100 mil combatientes mexicas, contra unos 400 españoles y 2 mil aliados indígenas.

Más allá de los números, fue el choque de dos formas de concebir la guerra. Cortés venció al mayor ejército nativo del continente. Lo que pudo ser su aniquilamiento fue motivación y aseguró el camino a Tlaxcala. Un año después volvería para someter a la gran Tenochtitlán.

En 2022, el Senado de la República aprobó que, cada 7 de julio, la bandera nacional ondee a media asta en memoria de la Batalla de Otumba. Ese gesto oficial reconoce el peso simbólico de aquel día en que la historia viró de forma irreversible.

Sin embargo, el campo de batalla permanece olvidado. Hay un letrero y un montículo de piedra coronado con una cruz, conocido como “La Mojonera”, con la leyenda: “En honor a los guerreros caídos el 7 de julio de 1520”. Pero nada más.

Este podría ser un sitio para sacudir la memoria del país. Podría erigirse un museo, hacer recreaciones anuales, caminatas guiadas.

Un lugar histórico que podría ser imán para el turismo cultural y educativo, considerando que a unos metros se encuentra Burrolandia y el Museo del Tren; muy cerca del centro de Otumba.

Sería una gran oportunidad para que el Gobierno del Estado de México fortalezca la identidad estatal, como un territorio donde se ha gestado parte importante de la historia nacional.

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