Desde que México surgió como nación, en 1821, ha estado atrapado en un péndulo ideológico que no mueve al país: solo lo balancea, lo desgasta, lo cansa. Cambian los gobiernos, pero no cambian las preguntas. Seguimos en una disputa simplista de “buenos contra malos”, como si la historia se escribiera en un guión de blanco y negro. Jorge Ibargüengoitia dijo, con ironía magistral, que la ideología de la Revolución Mexicana cabía en el puño de una camisa. Esa frase explica todo: lo ideológico se ha reducido al eslogan, a la consigna, al discurso tuiteable.
Lo que necesitamos ya no es revolución, sino una reevolución: un esfuerzo intelectual y social que trascienda la rabia y se instale en la memoria, el pensamiento y la propuesta. No es borrar lo que fuimos, sino entender por qué seguimos siendo lo mismo. Porque el conflicto actual no es entre izquierda y derecha, sino entre quienes piensan y quienes solo repiten.
La película Las Fuerzas Vivas (1975), de Luis Alcoriza, es una metáfora precisa de este extravío nacional. Ahí vemos cómo el poder se disfraza de patriotismo para asegurar sobrevivencias personales; cómo las revoluciones se celebran, pero no se entienden; cómo el festejo patriótico sirve de cortina para el acomodo de quienes están siempre. Hoy el país parece vivir en esa cinta: discursos encendidos, choque de narrativas y una obsesiva lucha por el poder más que por las causas.
La Reevolución Mexicana debe comenzar por desmontar ese teatro. No se trata de expulsar a un grupo para que entre otro, ni de volver a quemar el país para buscar justicia entre las cenizas. Se trata de construir la única revolución pendiente: la de la mente. Una que enseñe a escuchar, a dialogar, a reconocer que nadie posee la verdad absoluta; que los pobres no son una estadística ni los ricos un enemigo automático; que gobernar no es repartir privilegios, sino distribuir dignidad.
Por eso, la llamada marcha de la Generación Z, del 15 de noviembre, pareció más una recreación de la película de Alcoriza. Un espejo donde todos nos reflejamos con una nitidez incómoda. Una mezcolanza de reclamos legítimos, oportunismo, espectáculo mediático y una feroz lucha de dos bandos por proclamarse poseedores de “la verdad y el sentir del pueblo”. Intereses sobre intereses, al final la disputa por poseer el régimen.
En la Reevolución Mexicana tenemos el reto político e institucional de convertir las protestas e inconformidades sociales y políticas, en políticas públicas sin que nadie las capture ni deslegitime tan solo por su origen.
Ahora que cumplimos un año más del inicio de la guerra civil que se conoce como Revolución Mexicana, sería tiempo de preguntarnos por la capacidad real de las instituciones para transformar los reclamos en derechos para todos por igual.
El México que viene no puede seguir dirigido por consignas ni por tribunas digitales. La reevolución exige argumentar, cuestionar y proponer sin miedo a romper el molde. Porque lo verdadero no ruge: persuade. Y quizás ahí, donde el ruido se calle, comience por fin el país que hemos estado posponiendo.
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