Cada año sabemos lo que va a pasar. Y pasa. Inundaciones. Los lugares, prácticamente los mismos. La memoria del agua sobre sus dominios.

Antes de ser metrópoli, el valle de México fue anfibio. Su suelo aún recuerda, en cada gota que no absorbe, en cada río que rebasa, ese suelo blando sobre el que se erigió Tenochtitlán. Ese pueblo, esas comunidades, colonias, ciudades que hoy conforman la megalópolis, asentadas en la tierra que siempre quiso ser agua.

La primera tormenta de esta temporada, el 2 de junio, dejó caer 10.2 millones de metros cúbicos de agua en un solo día. Resultado: Valle de México -alcaldías y municipios- colapsado.

No es una historia nueva. Alrededor de 1449, bajo el mandato de Moctezuma Ilhuicamina y Nezahualcóyotl se construyó un dique de 16 kilómetros de extensión, en lo que hoy es Ecatepec, para evitar que el lago de Texcoco inundara Tenochtitlán. Obra que sería destruida por Hernán Cortés para el paso de los bergantines, y se reconstruiría durante el virreinato, tras la inundación de 1629, que dejó a la Ciudad de México cinco años bajo el agua.

Así, a lo largo de la historia, múltiples inundaciones de diversas dimensiones. Por eso, en años porfiristas se desarrollaría una de las obras más ambiciosas para proteger la ciudad: el Gran Canal del Desagüe.

En aquel tiempo se desecaría el lago de Chalco. Se pensó en haciendas, proyectos agrícolas y productivos para la región. También se creó el Canal de la Compañía, un afluente que desembocaba en dicho lago, pero se desvió para integrarlo a la red de canales hacia Texcoco y rumbo a la laguna de Zumpango.

Pero la naturaleza tiene memoria. La madrugada del 1 de junio de 2000, el agua cobró derecho de piso. Reventó una de las paredes del cauce, a las faldas del Cerro del Elefante, e inundó cientos de casas, algunas hasta a dos metros de altura. Casi un mes de trabajos y cientos de toneladas de arena, cemento y bentonita fueron necesarios para parchar el boquete.

Esa tragedia evidenció un factor clave. El desmedido crecimiento demográfico en zonas no listas para ello, donde a la fuerza se han asentado casas en peligro latente, no solo por inundaciones, sino por hundimientos. Signo de mala planeación.

No solo es ahí. También está Ecatepec, Tecámac, Cuautitlán Izcalli, Naucalpan, por mencionar algunos.

Y no solo es la naturaleza reclamando espacios. La Comisión Nacional del Agua reportó que, durante la temporada de lluvias del año pasado, retiró más de 56 mil toneladas de basura de los drenes de la Zona Metropolitana del Valle de México. Otro enemigo silencioso. No solo basta establecer multas para quienes arrojen desechos en la calle. Falta educación en la casa y formación en las escuelas y los espacios públicos.

Y sí, cada año seguiremos esperando que pase. Y pasará, pero no como sentencia. Debe haber acciones más allá de lo reactivo. Más allá de la foto en el charco.

Hay que replantear la infraestructura hidráulica; restituir las cuencas, con espacios naturales y humedales como esponjas urbanas; el mantenimiento continuo y permanente de las redes y acción metropolitana que prevenga más que atender contingencias.

En suma, se requiere voluntad, inversión con visión y cambio cultural ante la memoria anfibia.

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