Para cuando los llamados aztecas llegaron al Anáhuac, Teotihuacán ya estaba abandonado. No hay certeza de quiénes ni cuándo construyeron la ciudad y sus pirámides. De hecho, su nombre original se desconoce, fueron los hablantes de náhuatl quienes así le denominaron.
Mucho menos hay evidencia de que subiendo a las construcciones vestido de blanco y alzando los brazos genere algún tipo de energía.
Por eso, es lamentable que el INAH haya decidido permitir de nuevo el ascenso a la Pirámide de la Luna, tras cinco años de prohibición, en principio a causa de la pandemia.
Para muchos, esto es motivo de fiesta. La postal vuelve a estar completa: los turistas trepando escalones milenarios, buscando desde lo alto una panorámica que parece suspendida en el tiempo. Pero, ¿qué precio pagamos por tocar y pisar el pasado?
Teotihuacán no es cualquier zona arqueológica. Es uno de los centros ceremoniales más imponentes de Mesoamérica. Patrimonio de la Humanidad, es el lugar donde, según los antiguos mexicas, los dioses se reunieron para crear el Sol y la Luna. Caminar por su Calzada de los Muertos es como cruzar un corredor entre dos mundos: el que fuimos y el que somos.
Por tanto, desde la metafísica, subir a la Luna no es sólo un acto físico, es una experiencia casi espiritual. Pero esa experiencia tiene un costo. La reapertura puede significar un nuevo desgaste para una estructura que ya ha soportado siglos de viento, lluvia, temblores y abandono. No es un secreto que el flujo de miles de visitantes diarios genera erosión. Cada pisada, por más cuidadosa que sea, va dejando huella.
Y no sólo es el daño al monumento. También está el riesgo para las personas. La Pirámide de la Luna tiene una inclinación considerable y peldaños desiguales. Aunque haya barandales, basta un mal paso o un resbalón para que una visita mágica se convierta en una tragedia. Lo han dicho arqueólogos, guías y hasta paramédicos locales. A veces, las ganas de vivir la historia desde lo alto nos hacen olvidar lo frágiles que somos… y lo frágil que es el patrimonio.
Este no es un dilema exclusivo de México. En Egipto, por ejemplo, se permite entrar a ciertas cámaras de las pirámides, pero hay límites. En Italia, el Coliseo se recorre en rutas controladas. En Perú, Machu Picchu impone cupos diarios y senderos definidos. El mensaje es claro: sí al turismo, pero con inteligencia.
En ese sentido, el caso reciente de Mr. Beast es una alerta roja. El famoso youtuber grabó en zonas restringidas de Chichén Itzá y Calakmul, promoviendo productos comerciales bajo un permiso que —según el INAH— fue mal utilizado. No es sólo un tema legal. Es un asunto de respeto. Porque los vestigios mayas no son sets de grabación. Son templos, tumbas, códices de piedra. Y no importa cuántos millones de vistas tenga un video si la dignidad del pasado se ve comprometida.
Entonces, ¿qué hacemos con la Luna? ¿La subimos o la miramos desde abajo? Porque Teotihuacán no nos necesita sobre sus piedras. Somos nosotros quienes necesitamos entender el significado de Teotihuacán.
Si no aprendemos a cuidar lo que fuimos, difícilmente sabremos construir lo que seremos.
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