Santiago Tianguistenco, municipio mexiquense de poco más de 84 mil habitantes, parece un pueblo de paso entre Toluca y la capital mexicana. Pero su nombre se ha inscrito en la historia a través de dos hombres nacidos en esta tierra, forjados en mundos distintos y fallecidos en un mes de agosto, Carlos Hank González, “El Profesor” de la política mexicana, y Salvador “Sal” Sánchez, gloria del boxeo mundial.

Ambos representan un contraste y, a la vez, una analogía poderosa, la ambición y la disciplina de Tianguistenco llevadas a escenarios tan lejanos como las estructuras del poder político y los cuadriláteros de Las Vegas.

Hank González, gobernador del Estado de México entre 1969 y 1975, fue arquitecto de proyectos de infraestructura que marcaron a generaciones, impulsó la creación de Nezahualcóyotl y Cuautitlán Izcalli como ciudades planeadas; fortaleció la red carretera y, como regente del entonces Distrito Federal desarrolló un plan de reordenamiento urbano, con la creación de los ejes viales, las centrales camioneras, la ampliación del Metro y la apertura de la Central de Abasto, hoy corazón de la distribución alimentaria en el país.

Su lema, “un político pobre es un pobre político”, sintetizó una escuela de poder que generó discípulos, estructuras y polémicas, mayormente representadas en el siempre negado Grupo Atlacomulco, del que fue señalado como líder. Amado por unos, criticado por otros, dejó tras de sí una huella visible en avenidas y colonias que hoy llevan su nombre. Falleció el 11 de agosto de 2001.

Salvador Sánchez, en cambio, siguió la ruta del sacrificio físico. Debutó en el boxeo profesional a los 16 años y a los 21 ya era campeón mundial de peso pluma por el Consejo Mundial de Boxeo (CMB). Su récord habla por sí mismo: 44 victorias, 32 de ellas por nocaut, un empate y una sola derrota. Defendió nueve veces su título, y su pelea más recordada llegó el 21 de agosto de 1981, cuando derrotó al puertorriqueño Wilfredo Gómez en una de las batallas más memorables de la historia del boxeo.

Menos de un año después, el 12 de agosto de 1982, un accidente automovilístico acabó con su vida a los 23 años, pero no con su mito. Cada agosto, Tianguistenco lo recuerda con misa, ofrendas florales y torneos juveniles de box, donde su estatua recibe la visita de aficionados y ex campeones.

Las trayectorias de ambos personajes se entrelazan en la memoria colectiva de su pueblo. Hank transformó ciudades y dejó la impronta de un estilo político que aún resuena. Salvador, en apenas siete años de carrera, transformó la forma de pelear y dio al país un orgullo que trascendió fronteras.

Hoy Tianguistenco, el de los martes del segundo tianguis más grande de Latinoamérica, el de Gualupita y sus famosos productos de lana, puede presumir a sus dos hijos pródigos: uno que movió los hilos del poder, otro que estremeció con sus puños. Dos hombres distintos, unidos por el origen y por el mes de su partida. Ambos recordados como símbolos de que desde un rincón del Estado de México es posible alcanzar la cima del poder o la gloria del deporte, y dejar una huella que ni la muerte ha podido borrar.

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