El pueblo no eligió: adivinó. Y eso no es democracia pura, es ruleta. La justicia no es un juego, y menos uno de feria. Los impartidores de justicia no deberían deber su cargo al aplauso popular, sino a su conocimiento, ética e independencia, pero ya que estamos “democratizando” su elección habría que hacerlo de mejor manera.

Más allá de narrativas triunfalistas y derrotistas —ese maniqueo oscuro y convenenciero que tanto daño le ha hecho en toda su historia independiente a México— hay que ver las cosas como son.

Que apenas un 13 por ciento del electorado haya votado desnuda una verdad incómoda: la gente no se sintió convocada, no entendió de qué se trataba la elección o, peor aún, no creyó en ella. Es la peor participación de los últimos 30 años.

Elegir sin conocer es como meter la mano en un costal y esperar sacar oro; es cerrar los ojos y dejar el rumbo de la justicia en manos del azar. Y no. Donde se decide quién es culpable o inocente, quién pierde o gana la libertad, el desconocimiento no es un detalle menor.

Sí, urgía una reforma a fondo del Poder Judicial, nadie lo puede negar. Pero no así, y tampoco nadie lo puede negar, incluso los que la defienden. Se trata de un poder alejado de la gente, porque su naturaleza no es estar en contacto con ella, sino cuidar que se respeten las reglas de la convivencia social. A veces abstracto, confuso para el ciudadano común que solo pide justicia, sin entender la diferencia de juez, magistrado o ministro.

No hay que ser adivinos ni tan cínicos como para no reconocer sus fallas y los tufos de corrupción que tantas veces se han ventilado. Pero seamos honestos: que la gente haya votado por los impartidores de la ley ¿garantiza que se acabó la corrupción?, ¿la justicia se aplicará de mejor manera?

La corrupción no se esfuma con papeletas ni votos. Se barre con independencia real, con procesos limpios, con transparencia, con ciudadanos informados. Y nada de eso se construyó en esta elección. Al contrario, se sembró la duda: ¿cuántos de estos nuevos jueces deben el cargo al voto ciudadano y cuántos al favor político?

No se trata de demeritar a nadie. Todos tienen perfiles aptos para sus cargos. Es en el contexto y los nexos donde brotan las dudas, que con su actuar deberán disipar.

Queríamos un Poder Judicial distanciado del poder político, pero quedó claro que sin los factores políticos no se hubiese alcanzado siquiera esa votación. He ahí otra verdad desnudada: el alcance de movilización de las estructuras partidistas.

Si bien la intención de democratizar al Poder Judicial es loable, la forma en que se implementó esta reforma deja cuestionamientos. La baja participación ciudadana, la falta de información y la politización del proceso socavan la legitimidad de los nuevos impartidores de justicia.

Para que la elección popular contribuya realmente a mejorar la vida judicial y combatir la corrupción, se necesitan procesos transparentes, informados y verdaderamente participativos.

La justicia, como la democracia, no se decreta: se construye. Si de verdad queremos un Poder Judicial limpio, necesitamos algo más profundo que una urna.

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