Si México tuviera la intención de construir una bomba nuclear, el Estado de México sería con mucha probabilidad el sitio donde se desarrollaría. Es en la zona de La Marquesa, en el municipio de Ocoyoacac donde están el reactor de investigación TRIGA Mark III, los aceleradores Van de Graaff, la planta de radioisótopos, laboratorios de avanzada y expertos bien capacitados.

Pero no hay que alarmarse. Este 6 de agosto, en que se recuerda el lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, la fecha invita a reflexionar y valorar que México renunció a la energía nuclear bélica y optó por sus beneficios.

En 1967, firmó el Tratado de Tlatelolco, que declara a América Latina como zona libre de armas nucleares, y desde 1969 forma parte del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), comprometiéndose a no fabricar armas y a usar esta tecnología exclusivamente para fines pacíficos.

En 1979, la Ley Nuclear refrendó ese camino, establece legalmente que el único uso permitido de la energía nuclear es el pacífico, crea la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias (CNSNS) y regula cualquier actividad, transporte o almacenamiento de materiales radiactivos en México.

En este contexto aparece el Edomex como la cuna de la ciencia nuclear mexicana. Primero con la Comisión Nacional de Energía Nuclear (CNEN) y luego, en 1979, con la apertura del Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ), en la zona de La Marquesa.

Ahí se instaló un reactor TRIGA, aceleradores, plantas de producción de materiales radiactivos, laboratorios ambientales, e incluso el Tokamak Novillo, único experimento de fusión nuclear en América Latina.

Pero estas instalaciones no son para fabricar bombas, sino para mejorar la salud, la industria y el medio ambiente. El ININ produce radiofármacos usados en miles de diagnósticos cada día; esteriliza material médico; desarrolla procedimientos para prolongar la vida de alimentos; analiza materiales como metales y plásticos con fluorescencia de rayos X; y coopera con la comunidad científica global en estudios de fusión nuclear.

Otro sitio de la entidad relacionado con el tema nuclear, y la polémica, está en Temascalapa, donde en 1970 se instaló el Centro de Almacenamiento de Desechos Radiactivos (CADER), un tiradero nuclear de bajo y mediano nivel donde hay materiales radiactivos diversos, confinados con toda seguridad.

Pero, la preocupación la representan 96 toneladas de varillas contaminadas con cobalto 60, al haberse elaborado con chatarra, entre la cual iba un equipo contra el cáncer desmantelado por error en Ciudad Juárez. Material que al ser detectado fue confinado “de manera temporal” en este sitio, en 1984.

Comunidades cercanas han denunciado enfermedades como cáncer y malformaciones en niños. Aunque en 1998 un estudio del ININ con la UNAM concluyó que las dosis de radiación detectadas no representaban un peligro inminente.

En marzo pasado, el ayuntamiento lo clausuró unos días, y fue reabierto tras la promesa de que se retirará al menos un 80 por ciento de las varillas.

En resumen, México, tras Hiroshima, tomó la ruta de convertir al átomo en herramienta, no en arma; apostó por la salud, no por el terror. Y en esas tareas, el suelo mexiquense se convirtió en tierra de paz.

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