Hay sonidos que huelen y tienen sabor. Un silbido estridente, metálico, que inicia como susurro hasta alcanzar una agudeza que perturba el oído. Es un sonido que está lleno de historia y tradición. Es el canto del carrito de camotes, un legado vivo del Estado de México.

Cada 13 de agosto, en San Lorenzo Malacota, la comunidad se reúne en la Parroquia de San Lorenzo Mártir, a donde llegan cerca de 200 carritos adornados, humeantes y muy resplandecientes para recibir la bendición y agradecer por el año de venta.

Se recorren las calles principales, entre oraciones, música de banda, cantos y el silbar. Celebración y homenaje a quienes hicieron de este trabajo una tradición cultural mexiquense para todo el país.

No se sabe bien a bien cuándo, dónde ni cómo surgió esta actividad, pero es en crónicas, historias y el voz a voz del siglo 20, entre los años 40 y 50, cuando se comenzó a tener referencias de los camoteros.

De lo que sí podemos estar seguros, es de que son pioneros en estrategias de mercado, pues su particular silbido no solo anuncia sus productos, sino que según su intensidad podemos determinar si el vendedor está cerca o lejos de nosotros.

Por eso es necesario hacerle justicia a esta ocupación, que es resguardada en San Lorenzo Malacota, en el municipio de Morelos, a unos 60 kilómetros al norte de Toluca, donde más del 20 por ciento de sus cerca de 4 mil habitantes se dedican a la venta de camotes y plátanos cocidos.

Irónicamente o tal vez con toda intención es ahí, debido a la adoración a San Lorenzo Mártir, el también santo de los parrilleros y cocineros, quien fue martirirzado el 10 de agosto del año 258 sobre una parrilla, en tiempos de persecución cristiana.

En su honor se realiza la Feria, que tiene como punto máximo la procesión y fiesta de los camoteros. Así que si esta tarde no escuchan su silbar, ya saben la razón.

Aunque tristemente, más que ocasión, el no escucharles también sea consecuencia de la baja en su actividad. Los hábitos de consumo, el paso de las generaciones, la inseguridad y la complejidad urbana han impactado a los vendedores.

Hoy, escribir sobre los carritos de camotes es hacer un homenaje y llamado para apoyarles. Es entender que en un cilindro de lámina y leña hay historia, tradición, economía familiar y poesía popular que todavía no tiene museo.

Es alzar la voz para que San Lorenzo Malacota sea conocido y reconocido, que sus artesanos fabricantes de los carritos y los vendedores reciban apoyo y que la misa del 13 de agosto deje de ser apenas una foto y una fiesta para convertirse en política pública cultural: rutas, talleres, registros y mercado que sostengan esta cadena de vida.

Así, cuando las tardes y las noche se llenen del silbido metálico, piénsese que no es sólo un ruido de la ciudad. Es memoria que viaja en rueda y humo, un oficio que merece respeto, visibilidad e impulso. Que cada bocado caliente de camote y plátano con leche condensada sea también, para quien lo compra, un pequeño acto de justicia con el pueblo que guarda la música del carrito.

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