La presencia de grupos que aprovechan las manifestaciones para vandalizar es un fenómeno recurrente que genera una profunda frustración entre los manifestantes pacíficos. La conmemoración del 2 de octubre lo volvió a poner en evidencia.
En la Ciudad de México, se ha identificado al "bloque negro" como uno de los principales responsables de desmanes, actuando de manera coordinada para causar daños y confrontar a la policía. En Toluca, la aparición de encapuchados que iniciaron los disturbios ese día se percibe como una infiltración que desvirtuó la protesta estudiantil.
La violencia de estos grupos, que a menudo ataca a comercios y a la propiedad pública, genera un rechazo generalizado, incluso por parte de los propios manifestantes. El miedo, la indignación y la sensación de impotencia son sentimientos que dominan la perspectiva de los pacíficos, que ven cómo su derecho a la protesta es violentado tanto por los vándalos como por la autoridad.
La narrativa del vandalismo, impulsada a menudo desde el poder, termina por borrar el mensaje de los que solo buscan honrar la memoria y exigir justicia. Esto no sólo deslegitima el movimiento a ojos de la opinión pública, sino que también sirve de justificación para la represión policial.
Pero este 57 aniversario de la Matanza de Tlatelolco dejó, además, una muestra de maneras diferentes de gestionar la movilización. Mientras la Ciudad de México navegaba entre la contención y el inevitable vandalismo de minorías, en Toluca la historia se repitió con un guion arcaico: la represión policial.
La respuesta de la policía en Toluca, lejos de buscar aislar a los vándalos, encapsuló a todos los manifestantes, pacíficos y violentos, llevándose de corbata a los medios de comunicación, exacerbando la confrontación. Se entiende que el objetivo era evitar sí o sí que la protesta violenta llegará a los puestos de la Feria del Alfeñique recién inaugurada en Los Portales, así como a la Feria del Libro que se desarrollaba en la Plaza de los Mártires.
La Ciudad de México, en contraste, ha refinado un modelo de gestión de masas, imperfecto pero funcional. A pesar de los grupos de encapuchados y los destrozos aislados, la presencia de la policía se limita a la contención. El despliegue de agentes se orienta a proteger edificios históricos y controlar la ruta, no a encapsular o confrontar directamente a la mayoría pacífica. La lección de los años pasados parece haber calado: un policía preparado, con equipo de contención y sin armas letales, es más efectivo que un policía reactivo y agresivo.
Que fue una acción legal, necesaria y en defensa de la paz, justificó la alcaldía y tiene razón, no se discute. El problema fue la impericia en la actuación policiaca.
La Comisión de Derechos Humanos del Estado de México ha iniciado una investigación, pero el daño ya está hecho. Queda nuevamente el 2 de octubre como lección que no se debe olvidar.
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