En el Estado de México, los informes de los diputados locales dejaron de ser ejercicios de rendición de cuentas para convertirse en auténticos escaparates de aspiraciones políticas. No es casualidad. Y es que, cuando no hay mucho que presumir en materia legislativa, hay que llenar el escenario con algo más. Fotos, aplausos, invitados estratégicos… y el mensaje implícito: “Aquí está mi gallo, por si se ofrece alguna candidatura”.
Lo curioso -o preocupante, según se mire- es que la mayoría de la ciudadanía ni siquiera sabe qué hace su diputado. Muchos apenas recuerdan su nombre. Son figuras lejanas, casi decorativas, que aparecen cada tres años en época de campañas y que luego se guardan cómodamente en el Congreso, donde pueden pasar inadvertidos sin mayor problema. Y si el ciudadano no exige, pues ellos tampoco se esfuerzan demasiado.
Así, los informes se han convertido en eventos donde el trabajo legislativo queda reducido a un par de láminas con cifras vagas y frases hechas: “gestionar”, “acompañar”, “trabajar en territorio”. Palabras que suenan bien, pero que casi nunca se traducen en impacto real. Porque si uno pregunta por leyes relevantes, reformas profundas o decisiones valientes, hay un silencio incómodo.
En cambio, abundan los guiños políticos. La llegada de alcaldes, exalcaldes, dirigentes partidistas y operadores es más importante que cualquier iniciativa presentada. Algunos informes parecen mítines disfrazados.
Otros, francamente, destapes en cámara lenta, discursos con frases como “vamos a seguir construyendo”, sonrisas ensayadas, público llevado en camiones. Un teatro que todos conocen, pero que nadie reconoce abiertamente.
Tal vez esta transformación de los informes en pasarelas se deba a que el puesto de diputado se percibe como un peldaño, no como una responsabilidad en sí misma. Un trampolín para buscar la presidencia municipal, la diputación federal, o incluso, en los casos más audaces, la gubernatura. La lógica es clara, si en el Congreso casi nadie se fija en tu trabajo, la verdadera batalla está afuera, en el terreno de la percepción y la influencia.
Lo lamentable es que, mientras juegan a la política como si fuera una carrera personal, la sociedad sigue esperando soluciones reales. No discursos. No mantas. No espectáculos. Soluciones. Y las necesidades no son pocas: transporte colapsado, inseguridad persistente, desigualdades profundas. Problemas que requieren representantes presentes, informados y sensibles, no figuras que sólo piensen en el siguiente cargo.
Ojalá, algún día, los informes regresen a su propósito original: explicar qué se hizo, por qué se hizo y cómo impacta en la comunidad. Suena simple, casi ingenuo. Pero sería un buen comienzo para recuperar la confianza en una clase política que, con cada evento lleno de porras y vacío de contenido, se aleja un poco más de la gente.
Con los cambios que ya vimos en el gabinete estatal fue suficiente para mover el avispero y la inquietud crece.
Se espera saber pronto de hacia dónde se mueven las aguas y se entiende que habrá sorpresas. Mientras, esperamos que todo fluya y esperamos.
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