La violencia en el oriente del Estado de México se volvió rutina. En calles de Ecatepec, Nezahualcóyotl, Chimalhuacán, Valle de Chalco, Ixtapaluca y Los Reyes La Paz, el miedo se volvió parte del paisaje. Caminar de noche, tomar un taxi o simplemente abrir un local ya no es solo una actividad cotidiana, sino un acto de valor. Los números no mienten, pero tampoco lo hacen las miradas desconfiadas, las puertas reforzadas ni los niños que aprenden a vivir con rejas en las ventanas.

Ante esta realidad, el arranque del Mando Unificado Oriente, con respaldo del Ejército, la Guardia Nacional y cuerpos estatales, representa mucho más que un despliegue policial: es una respuesta esperada, casi desesperada, a una crisis de seguridad que ha calado hondo en la vida de millones de personas en esa región por años.

La estrategia busca coordinar fuerzas municipales, estatales y federales para contener la espiral delictiva que azota esta región. La intención es clara: aumentar la presencia de elementos, reducir los tiempos de respuesta, hacer operativos conjuntos y recuperar zonas que, hasta ahora, parecían olvidadas por el Estado.

Ecatepec se volvió ayer epicentro de esta nueva fase, no fue elegido al azar. Es el municipio más poblado del país, pero también uno de los más violentos. Tan solo en 2024 registró más de 450 homicidios dolosos, más de 2 mil robos a transeúntes y una cifra preocupante de extorsiones, muchas de ellas ligadas al cierre forzado de negocios familiares.

Pero la herida no termina ahí. En Chimalhuacán e Ixtapaluca los feminicidios y el robo en transporte público son alarmantemente frecuentes.

En Valle de Chalco, el secuestro exprés y el cobro de piso ya no son hechos aislados, sino amenazas constantes. Incluso en Nezahualcóyotl, donde se supone que la policía municipal ha avanzado en profesionalización, los delincuentes aprovechan los límites territoriales para cruzar y desaparecer.

La estrategia incluye reforzar más de 300 puntos identificados como conflictivos, con patrullajes nocturnos, centros de mando móviles, mayor videovigilancia y presencia territorial sostenida.

Pero la verdad es que, más allá de cifras y colores de uniformes, el reto está en desarticular las redes de complicidad entre autoridades y crimen organizado. Porque no es un secreto: estos grupos crecieron al amparo de la corrupción, la omisión o, peor aún, la protección, en especial desde los municipios.

Si esta nueva etapa será distinta, no lo decidirán únicamente los operativos ni los informes de gobierno. Lo sabrá la señora que podrá abrir su tiendita sin ser extorsionada, el joven que llegará a casa sin ser asaltado en la combi, la niña que irá a la escuela sin temor a no regresar. Eso es lo que está en juego y lo que llaman percepción, que no es más que la sensación de inseguridad que padecen los ciudadanos en su día a día.

La esperanza está puesta en que esta vez sí se haga bien. Que esta coordinación no se diluya entre burocracias o rivalidades políticas, donde se ocultan y aprovechan los delincuentes. Porque la gente ya no quiere discursos ni inauguraciones: quiere resultados, justicia, y la posibilidad simple, pero poderosa, de vivir en paz.

La última trinchera

La gobernadora Delfina Gómez ha conseguido consolidar una estrategia en el sur mexiquense.

Desde Presidencia, la apoyaron para avanzar en esa región donde nada parecía moverse en décadas y a pesar de las buenas intenciones de hace más de un año, no había gran avance.

Hoy, está totalmente intervenido y ya se ven por fin resultados tangibles. Esperemos que sea sostenible en el tiempo, porque ahí se requiere también presencia permanente, todos lo sabemos.

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