La reciente ratificación de Luz María Hernández como presidenta de Morena en el Estado de México hasta 2027 no es un hecho menor dentro de la política mexiquense. Se trata de una decisión que no solo fortalece la estructura del partido, sino que también perfila la ruta que seguirá en los próximos años, especialmente rumbo a las elecciones de alcaldes y diputados que se celebrarán dentro de dos años. Y es que, en la política, la continuidad puede convertirse en un arma de doble filo: por un lado garantiza estabilidad y rumbo, pero por otro exige resultados claros y palpables para no decepcionar a las bases ni al electorado.

Ella llega a esta etapa con un peso simbólico importante. Morena no solo gobierna el Estado de México de la mano de Delfina Gómez, también arrastra consigo la expectativa de miles de militantes y simpatizantes que ven en este partido la oportunidad de desmontar estructuras de poder que por décadas fueron intocables y que podrían intentar volver si Morena no se fortalece.

Su ratificación, más que un trámite, es la confirmación de que la dirigencia confía en su capacidad para mantener unida a una militancia que suele ser efervescente y, en ocasiones, fragmentada por intereses internos.

En la práctica, su liderazgo tendrá que traducirse en algo mucho más complejo: construir candidaturas competitivas para municipios clave y para el Congreso local. Porque, más allá del discurso de la transformación, lo que definirá el pulso de Morena en 2027 será su capacidad para colocar perfiles cercanos a la gente, que no arrastren viejos vicios políticos y que logren mantener el control en territorios donde la oposición todavía guarda fuerza, como en zonas urbanas del Valle de México o en municipios del sur mexiquense con estructuras priistas muy arraigadas.

La verdad es que el reto no es sencillo. Morena ha demostrado que tiene músculo electoral, pero también ha sido señalado por abrirle las puertas a figuras recicladas, lo que genera desencanto entre los militantes más duros. En este sentido, Luz María Hernández carga con la responsabilidad de evitar que el partido se convierta en un refugio de oportunismos. Y, aunque no lo diga de manera frontal, su permanencia al frente significa que tendrá que ser árbitro y al mismo tiempo promotora de unidad en procesos internos que suelen ser desgastantes.

Además, Morena no solo deberá pensar en ganar elecciones. Su desafío real será demostrar que puede gobernar con eficacia en los municipios que ya controla y convencer de que el cambio prometido no se queda en discursos.

Porque de poco serviría arrasar en las urnas si los ciudadanos siguen percibiendo inseguridad, servicios públicos deficientes o una burocracia que no escucha. En este punto, la labor de Hernández será también estratégica: articular a los liderazgos locales para que los triunfos electorales no se conviertan en gobiernos mediocres.

Si se piensa con frialdad, lo que está en juego no es únicamente la distribución de alcaldías o escaños legislativos, sino el proyecto político que Morena pretende consolidar en el estado más poblado del país. Es aquí donde Luz María Hernández tendrá que demostrar que no solo es administradora de un partido en crecimiento, sino la arquitecta de una estructura capaz de resistir tensiones internas, campañas sucias y la tentación de la soberbia que suele llegar cuando se acumula poder.

Con Hernández al frente, Morena tiene en sus manos la posibilidad de consolidar su hegemonía en la entidad… o de abrirle la puerta a una oposición que, aunque golpeada, sigue esperando su oportunidad.

La última trinchera

Están buenos los pronósticos al interior del gobierno del Estado de México, nadie se mueve para tratar de salir en la foto y mientras, la guerra de guerrillas es más intensa que nunca. Si ya están las apuestas por los siguientes candidatos a alcaldes, ¿cómo andarán las aspiraciones a la gubernatura?

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