Hoy deberían estar iniciando las clases del nuevo ciclo escolar en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx), pero se ve complicado. La huelga ya no es un simple paro estudiantil. Se ha convertido en una olla de presión que cada día acumula más tensión.
Lo que comenzó con un grupo que se hace llamar Enjambre Universitario y parecía tener reconocimiento y apoyo de los estudiantes, hoy es, para muchos, un obstáculo que impide regresar a las aulas. Y la paciencia de quienes quieren estudiar parece haberse agotado.
En las semanas recientes, los enfrentamientos han dejado de ser solo verbales. Primero fueron discusiones, luego consignas lanzadas a gritos frente a las rejas cerradas. Ahora, los estudiantes que rechazan la huelga se atreven a empujar cadenas, a encarar a los paristas, incluso a forcejear con ellos. Es un escenario que se parece más a un ring improvisado que a la vida universitaria. Y lo más preocupante: cada choque deja la sensación de que el próximo podría terminar mal, con violencia abierta.
La mayoría de los alumnos, esos que solo quieren recuperar sus clases, arrastran una frustración difícil de contener y han decidido plantarle cara directamente al Enjambre.
Del otro lado, los paristas permanecen atrincherados en edificios que ya se sienten extraños, casi fantasmas y se les nota nerviosos. Defienden el paro con argumentos que para buena parte de la comunidad resultan ambiguos, poco claros. Y mientras más tiempo pasa, más grande es la percepción de que representan a un grupo pequeño, con una legitimidad en entredicho.
En medio de todo, la rectora Patricia Zarza aparece como una figura prudente… o indecisa, según a quién se escuche. Su apuesta por el diálogo pudo parecer sensata al inicio, pero hoy muchos la consideran un error que prolonga la crisis. La verdad es que esa cautela ha dejado a miles de estudiantes con la sensación de estar abandonados y están tomando acción directa. Y, paradójicamente, ha dado oxígeno a los paristas, que no perciben un límite real.
Lo que está en juego no es solo la reputación de la institución, sino la vida académica de decenas de miles de estudiantes. Por eso, quizá ha llegado el momento de que la rectora pida apoyo al gobierno estatal. No para reprimir ni criminalizar la protesta, sino para garantizar seguridad y dar fin a esta situación y lo mejor es que la rectora tenga participación directa de la solución, o pondrá en riesgo su liderazgo
Dejar que el tiempo resuelva las cosas es, en realidad, alimentar el enojo. Y el enojo, cuando se desborda, suele traducirse en violencia. Hoy más que nunca la universidad necesita claridad, firmeza y un liderazgo que no titubee. Porque lo que está en disputa ya no es solo el control de unos edificios: es el futuro de toda una generación que no quiere ser rehén de un conflicto interminable.
La última trinchera
Se ha postergado en la Legislatura la selección del o la titular de la CODHEM, pretextando falta de tiempo, pero la verdad es que hay una batalla política más grande que tiene en pausa ese nombramiento.
Es claro que la política no puede evitarse, sería inocente pensarlo, pero estaría bien que los diputados no pierdan de vista que, además de sus intereses, deben fijarse en que el o la elegida tenga experiencia en la materia, no solo administrativa o política, sino en Derechos Humanos.
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