En Morena, el discurso de la austeridad y la congruencia comienza a sonar hueco frente a los excesos de algunos de sus personajes más visibles. La verdad es que no es nuevo ver cómo los políticos terminan enredados en escándalos de amantes, viajes, lujos o favores ocultos; lo preocupante es que aquí hablamos de un partido que nació bajo la bandera de la honestidad, que prometió ser distinto y que se vendió como antídoto frente a los vicios de la “vieja política”, luego de apenas un sexenio en el poder.

El caso de Gerardo Fernández Noroña es ilustrativo. El ahora senador, que durante años se jactó de vivir con modestia y hablar desde la trinchera de la calle, aparece una y otra vez en notas incómodas, señalado por sus desplantes y relaciones polémicas.

Lo suyo ya no sorprende, pareciera que disfruta la notoriedad de los escándalos, como si fueran gasolina para su personaje. Y sin embargo, detrás de esa teatralidad, se va desdibujando la seriedad del discurso que debería sostener a la Cuarta Transformación.

Otro ejemplo es el hijo del expresidente, Andrés Manuel López Beltrán, quien ha quedado en la mira por rumores y filtraciones sobre su vida privada, amistades incómodas y supuestos privilegios que contradicen la narrativa del esfuerzo y la vida sencilla.

Quizá no tenga un cargo público formal, pero es evidente que su sola cercanía con el poder lo coloca bajo un reflector implacable. Y es que, cuando un movimiento presume pureza moral, cualquier resquicio se convierte en herida abierta.

Lo que hoy vemos en Morena es una paradoja: un partido que en el discurso condena la frivolidad, pero que en la práctica parece cada vez más atrapado en ella.

De aquel llamado a la “república austera” solo queda un eco débil, mientras sus dirigentes tejen alianzas, reparten cargos y construyen estructuras partidistas como lo hizo el PRI en su momento, con una disciplina férrea y un ojo puesto en la permanencia, más que en la coherencia.

Y aquí surge la pregunta incómoda ¿de qué sirve levantar templos de organización política si los cimientos morales se están resquebrajando?

La fuerza de Morena en sus primeros años no fue su aparato, sino la fe de millones que creyeron en un liderazgo distinto, en la voz de López Obrador como garantía de rectitud. Sin él al frente, ese capital se evapora rápido, y lo que queda son liderazgos menores envueltos en excesos.

En el fondo, lo que se tambalea no es solo la imagen de unos cuantos, sino la credibilidad de un proyecto completo. Ese es el dilema que heredó la presidenta Claudia Sheinbaum.

Porque cuando el ejemplo se tuerce en la vida personal, también se erosiona la confianza pública. Y sin confianza, ningún partido, por más grande que sea su maquinaria, puede

sostenerse indefinidamente. Ahora, se hace necesaria una estructura que sostenga el sueño y la utopía.

La última trinchera

En la toma de protesta a los nuevos jueces y magistrados del Poder Judicial se reunió la crema y nata de la política estatal.

Secretarios, alcaldes, y funcionarios de se pasearon por el Palacio de Justicia con garbo entre abrazos y apretones de manos. ¿Quién faltará de ese grupo después del informe de la gobernadora? ¿Hasta dónde llegarán los cambios, si es que hay?.

Por cierto, se notó la ausencia de la secretaria de Salud, ¿qué cita tan importante habrá tenido Macarena Montoya que la distrajo de este asunto tan trascendente?

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