El aumento a la tarifa del transporte público en Toluca llegó como suelen llegar las malas noticias: a escondidas, en fin de semana y sin mirar de frente a la gente. Mientras la Secretaría del Transporte fingía sorpresa, indignación y hasta amagaba con sancionar a quienes se adelantaron a cobrar de más, en realidad ya estaba todo cocinado.

El ajuste se publicó en el Diario Oficial, casi como si quisieran que nadie lo notara, en la edición más silenciosa posible, cuando medio mundo estaba distraído. Una jugada vieja, de esas que buscan pasar de puntillas para evitar el ruido social.

Al final, el gobierno estatal aceptó un incremento menor al que pretendían los transportistas, pero incremento al fin.

Lo llaman acuerdo responsable, punto medio entre las exigencias del gremio y el supuesto cuidado al bolsillo ciudadano.

Sin embargo, basta subir a cualquier camión para entender que el aumento no tiene justificación. Las unidades son las mismas, viejas, sucias, con asientos rotos, sin ventilación, sin rampas para personas con discapacidad y con operadores que, en muchos casos, manejan como si compitieran en una carrera.

Las rutas son igual de malas, la mayoría hacia el centro de la ciudad, con miles de camiones peleando el pasaje, con todo lo que eso implica, mientras otras rutas necesarias son tomadas por transporte irregular, mototaxis, bicitaxis y taxis colectivos.

Y es que los usuarios pagan más, pero reciben lo mismo… o incluso menos. El servicio público de transporte en Toluca no ha mejorado un ápice en décadas. Las promesas de modernización, de seguridad y de trato digno se quedaron -una vez más- en discursos. Ni cámaras funcionando, ni rutas ordenadas, ni horarios claros. Solo la costumbre de la autoridad de voltear a otro lado mientras el ciudadano soporta el abuso diario.

Lo más grave es el silencio del secretario de Movilidad, Daniel Sibaja. Ni explica, ni enfrenta, ni da resultados.

Se esconde detrás de comunicados tibios y de un discurso burocrático que ya nadie cree. La ciudadanía merece un funcionario que dé la cara, que tenga el valor de asumir las decisiones y las consecuencias de su gestión, en lugar de un secretario ausente, que parece más preocupado por no incomodar al gremio transportista que por defender a la gente.

Porque al final, este aumento no solo es un golpe al bolsillo: es un recordatorio de cómo esta autoridad puede actuar con desdén hacia los ciudadanos. Un mensaje claro de que la simulación sigue siendo la estrategia preferida.

Publicar un ajuste tarifario “de fin de semana” no borra la inconformidad ni la sensación de traición. Lo que duele no es solo pagar más, sino sentir que la autoridad nos toma por

distraídos, que juega al doble discurso y que, una vez más, deja al usuario en el último lugar de su lista de prioridades.

Toluca merece algo mejor, transporte digno, decisiones transparentes y funcionarios que hablen con la verdad. Porque, aunque intenten disfrazarlo con anuncios de nuevas alternativas, el mal servicio se ve, se sufre y se paga -literalmente- todos los días.

La última trinchera

Ya pasado el trance del informe de gobierno, vienen los de los diputados, que poco tienen por aportar, salvo honrosas excepciones.

Ahí, más valdría que un representante del Ejecutivo nos contara de qué se ha tratado este año de la legislatura, porque de los representantes populares, no hay mucho que decir. Habrá que estar atentos a esos pocos, vale la pena seguirlos.

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