La verdad es que da miedo imaginar lo que sucede cuando las calles se vuelven una ruleta rusa. En el Estado de México, hace años que se ha normalizado que personas comunes porten armas.
Aunque no hay un conteo público que señale cuántos ciudadanos “civiles armados” hay, lo que sí arrojan las estadísticas es un aumento persistente en homicidios por arma de fuego.
En 2023, por ejemplo, el Estado de México registró alrededor de 2,902 homicidios. De estos casos violentos, una mayoría significativa —más del 72 %— se cometieron con armas de fuego. Eso quiere decir que casi tres de cada cuatro asesinatos no obedecieron a una pelea de palabras o a una riña sin armas, se usó un arma letal.
Y es que ese aumento indiscriminado de armas no solo alimenta la violencia de criminales organizados: también implica que un conflicto doméstico, una discusión de tránsito, un jalón de palabras entre vecinos, puede terminar en tragedia. Imagínate una bronca por un estacionamiento, un cruce de palabras mal dicho, y de pronto una pistola sale. Eso convierte lo cotidiano en mortal.
Además, los datos del Estado muestran un llamado de alerta: comparado con 2022, los homicidios dolosos con arma de fuego aumentaron en 2023. Mientras tanto, los homicidios dolosos sin arma de fuego bajaron a su nivel más bajo desde 2015. Esto no es un accidente: implica que la violencia se está desplazando hacia lo más letal y permanente, la bala, no el puño.
Y es que cuando las armas se vuelven algo común, se borra la línea que separa al “buen ciudadano” del “posible agresor”. Un hijo, un hermano, alguien del barrio: cualquiera puede portar un arma. Eso altera el tejido social; si una persona cerca de ti anda armada, ya no puedes estar tranquilo. El miedo deja de ser una sombra lejana: se vuelve cercana, cotidiana.
Por eso cuesta reír con la misma liviandad. Por eso la gente deja de caminar sin mirar por encima del hombro. El Estado de México —sus colonias, sus vialidades, sus vecindarios— se convierte en un tablero donde cada paso puede ser peligro.
No basta con registros, números o estadísticas. Lo que necesitamos es una cultura distinta: de paz, de desarme, de prevención. Necesitamos leyes más claras, controles más estrictos, y sobre todo —una conciencia colectiva de que las armas no son un símbolo de poder, sino de riesgo.
Y es que, al final, no se trata sólo de cifras. Se trata de vidas: vidas de madres, de niños, de compañeros de trabajo, de amigos, de gente común. Cuando la bala se normaliza, la humanidad se desvanece poco a poco.
Merecemos recuperar la seguridad, la dignidad. Y sobre todo: merecemos vivir. Toca hacer una reflexión también desde lo ciudadano ¿dónde pensamos parar?
La última trinchera
Vienen los informes de las alcaldías y ya se están preparando las administraciones municipales para la gran fiesta, la parafernalia, los bombos y platillos…¿y las obras?
Hay de todo tipo, invitaciones abierta, cerradas, grandes eventos, invitados especiales, porras, grandes masas y parafernalia diversa.
Lo que uno se pregunta es donde se reflejan los presupuestos, que trabajos transformadores o proyectos interesantes podremos reportar.
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