Es frecuente escuchar expresiones entusiastas o apocalípticas acerca del impacto que está teniendo la Inteligencia Artificial (IA). No faltan los agoreros que lanzan a diestra y siniestra “peligros” que no tardarán en florecer en todo el planeta. Esos puntos de vista llegan a bocetar escenarios en los que se imaginan que las máquinas, convertidas en misántropos robots, gobernarán el mundo. En realidad, han visto demasiadas películas hollywoodenses.
Cada vez que han surgido tecnologías con alto impacto social como la máquina de vapor, bombilla eléctrica, la fotografía, el teléfono, el cine, la radio, la televisión, el internet, o la IA, ganan algo de espacio aquellos que, apegados a su febril síndrome, únicamente ven amenazas en todo cuanto cambia frente a sus chatas narices.
Una parte de los fatalistas tienen otro rasgo: creen que todo es reciente, por el hecho de que acaban de comenzar a ver los efectos de esa tecnología. La IA comenzó a desarrollarse desde aquellos trabajos pioneros que produjo Alan Turing, casi hacia la mitad del pasado siglo XX.
Por lo tanto, la IA no es reciente. Es cierto, lo que ha sucedido es que la escalabilidad, es decir, su creciente potencia computacional, el manejo de datos masivos a gran escala y la generación de algoritmos han sido —a cada segundo— más eficientes. Ello ha marcado una nueva era en la IA que hoy tenemos dentro de nuestras casas, en el empleo o en diversas formas de vida social.
Desde el otro costado, aunque realmente existen diversos matices y claroscuros, gravitan los entusiastas; aquellas personas que rayan en la fogosidad, casi en los umbrales del fanatismo. Cualquier problema del que se les hable, prestos como son, suelen decir que cualquier problema que les sea planteado puede ser resuelto con el apoyo de la IA. Reaccionar a bote pronto siempre tiene riesgos. Y no es que en parte les asista la razón, sino que cada problema tendrá sus propias características, antes de ponerlo en manos de la IA, en tanto no es un ente pensante, sino que lo simula.
Antes de pensar en el campo laboral, donde es cierto que la IA está generando transformaciones como la emergencia y la desaparición de puestos de trabajo, el sistema educativo en su conjunto y, las instituciones de educación superior de todo el mundo (incluida la UAEMéx), deberían abandonar esas visiones maniqueas que dificultan el cuidadoso análisis.
Nuestros verdaderos desafíos tendrán que ver con enseñarle a las actuales generaciones y venideras a: explorar, conocer, analizar, aplicar, desarrollar y evaluar el uso e impacto multidimensional que está generando la IA.
Nos hemos demorado, pues desde hace varios años convivíamos con la IA. Ahora la vemos, aunque sobrepasa 70 años de edad. En salud pública; en programación mediática; en motores de búsqueda; en las plataformas streaming que vemos. Lo que hace falta es tomarla en serio.
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