La descendencia propia, aunque en coparticipación de dos cuerpos que la producen, ha de llevar en primerísimo orden el apellido del progenitor, del hombre. Luego, remarcando ese indeleble segundo sexo, como diría Simone de Beauvoir, irá el apellido (paterno) de la madre, en tanto el materno comenzará a desvanecerse.

En algunos registros civiles de México ya se puede colocar en primer sitio el apellido de la madre y después el del padre. Sin embargo, la frecuencia de esta práctica es bajísima o nula. Hay quienes piensan que cuando las leyes se aprueban, al siguiente día el mundo amanece transformado por obra y gracia del espíritu de la ley.

Si quien nació es de sexo femenino, entonces comenzarán a gravitar ideas esencialistas acerca de sus efluvios innatos convertidos en delicadeza, sensibilidad, ternura, docilidad, paciencia, alegría y prudencia, acompañados de un manantial inagotable para el sacrificio e incluso para esperar su turno; casi siempre después del hombre. Cuando determinados comportamientos de las niñas escapan a estos imperativos, se tiende a decir que se trata de una niña rebelde o de una “machorra”.

Apenas comienzan a moverse en distintos espacios sociales (su casa, los salones de la escuela, áreas recreativas, la calle, las fiestas), a través de un efectivo performance se les moldea y dicta a ellas cómo comportarse; aprenden a incorporar a su biomecánica que deben ocupar el menor espacio posible, estén donde sea. Los hombres, en cambio, son dueños del espacio societal; cuanto más desparramados en cada sitio, más dueños de sí.

En cuanto sobrepasan la primera década de su vida, las niñas deben estar pendientes de su propio cuerpo, de su vestimenta, de su rostro, de su cabellera y de todas aquellas partes corpóreas que pueden quedar a la vista de los demás (mujeres y hombres). La poderosa industria de la cosmética se ha sostenido de esta imposición.

Desde luego, lo que machaconamente dictan diversas culturas es que para que una mujer alcance la verdadera y genuina felicidad, deben lograr la maternidad en propia carne. Queda como salida de emergencia la vida conventual, pero está fuera de moda. El dictado patriarcal y machista, reproducido por muchas mujeres es este: ser madre al menos una vez, si no se quiere eclipsar cualquier otro logro, así sea un Premio Nobel.

Detrás de esa severa resistencia es que recientemente se ha impedido que en el Estado de México se dé realmente acceso al aborto seguro. Se agazapan imposiciones patriarcales y machistas que pretenden, en algún momento, ver convertidas a las mujeres en progenitoras o, como lo diría Marcela Lagarde, en el principal cautiverio que es la madresposa, poniendo su cuerpo y su existencia al servicio de los demás. He aquí una serie de imposiciones que forman una recia cadena profundamente eslabonada para imponer el significado de ser mujer heteronormada.

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