En la década de los 50, Carlos Argentino, acompañado de la Sonora Matancera nos recordaba que “en el mar, la vida es más sabrosa”… Esta especie de inception se la debemos a Osvaldo Ferrés, quien la compuso y nos dejó en la mente aquello de que no sólo la vida es más chévere, sino que también queremos más y mejor, pues, todo es felicidad.
Pero, el océano (que cubre poco más del 70% de nuestro planeta y es el hábitat esencial de millones de especies) ha sido desde hace siglos motivo de alegrías, penas, misterio, viajes, esperanza, infinito, lo salvaje, la gran metáfora del viaje y un enorme etcétera.
Imagínense que Ulises, el legendario héroe de la Odisea, cediendo a sus impulsos y, guiado por el hipnótico canto de las sirenas, hubiera terminado como el buen Rigo que se amancebó con una mujer del mar y, justo al año, tuvieron un sirenito con cara de ángel pero (¡oh, cruel sino!) cola de pescado.
No olvidemos también a los monstruos que residen en él y el miedo que genera su inmensidad, recuerden los mapas antiguos en los que aparecían serpientes marinas gigantes y, por si fuera poco, su aparición en diversas mitologías, como el caso del Kraken. O “Moby Dick” la clásica ballena albina gigante, cuya sed de sangre y venganza fue relatada por Herman Melville en 1851. Recuerden al buen Nessie, la criatura legendaria que habita el Lago Ness en Escocia y que la criptozoología se ha encargado de alimentar con los años. Mención honorífica a Cthulhu, la entidad cósmica creada por Lovecraft que yace en la ciudad de R’lyeh en el Océano Pacífico y los piratas que surcaban su enorme superficie por allá del siglo XVII.
Les recomiendo una antología muy ad hoc editada por Alba y titulada Relatos del mar, que contiene 46 piezas que, dice la editorial: “ilustran, a través de la narración histórica o la literatura de creación, la fascinación que el mar ha ejercido desde siempre sobre el ser humano”.
Si de aventuras se trata no dejemos atrás a “La isla del tesoro” de Robert Louis Stevenson y la magnífica lucha que libra en mar abierto el personaje de “El viejo y el mar” de Ernest Hemingway. Gracias a esta enorme masa de agua y la añoranza que sentía por ella, Rafael Alberti escribió un poemario precioso titulado “Marinero en tierra”.
No podemos dejar de lado a un personaje de Álvaro Mutis que vive y se desarrolla en siete novelas: me refiero al viejo marinero que surca los mares en “Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero”.
El mar también vio emerger a Venus sobre una concha en la famosa pintura de Sandro Boticelli al igual que Matisse representó una vista clásica con La ventana abierta. Aplausos para La gran ola de Kanagawa, digno representante del Ukiyo-e, de Katsushika Hokusai y que todos, aunque no conozcamos al autor, reconocemos sin problemas.
Obviamente el cine ha tenido sus claros ejemplos, entre ellos se me viene a la mente: “El inmigrante” de Chaplin, “El acorazado Potemkin” de Eisenstein, “La aventura del Poseidón” de Ronald Neame y ya que de catástrofes estamos hablando, hay que subrayar a Titanic (guardemos un minuto de silencio por el pobre Jack y trompetilla merecida a Rose por salvarse ya que, todos lo sabemos, en esa tabla sí había espacio).
Ejemplos tenemos de sobra, lo importante acá es contestar sinceramente si de verdad, en el mar, la vida es más sabrosa.
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