A un par de cuadras de la secundaria a la que iba, a inicios de la década de los noventa, se levantaba una casa antigua cuya arquitectura contrastaba con lo “moderno” de la época; la llamábamos: “La casa de Villada”. Ese lugar albergó a la familia de mi mamá cuando viajaron de Zitácuaro a Toluca para que tanto ella como sus hermanos, mis tíos, pudieran seguir con sus estudios; así que, entre relatos y leyendas, desde pequeños supimos de su existencia y, aún sin haber traspasado su umbral, pudimos crear un mapa mental con la composición de la casa: techos altos, ventanales grandes, habitaciones contiguas y un patio con una fuente. Al lado, unas escaleras que daban a un cuarto pequeño (pues no llegaba al tamaño de un departamento) donde vivía Carolina, la dueña, una viejecita nada chévere que, decían, se dedicaba a las artes mágicas y la adivinación, pero eso ya se los contaré en otra ocasión.

Ese aire familiar y su halo de misterio no desaparecieron ni siquiera cuando fue demolida unos años después. En fin, los mapas han estado presentes en la historia de la literatura para ayudarnos a situarnos en las historias tal y como sus autores las imaginaron.

Viajen conmigo a la Tierra Media de Tolkien, quien se encargó de crear un mapa para mostrarnos los sitios en los que ocurren gran parte de los eventos de su obra. En muchas de sus ediciones se incluye dicha cartografía en las guardas de los libros o aparte, para enmarcarlo. Y hablando de sagas de la literatura fantástica, no podemos dejar de lado al gran amigo de Tolkien: me refiero a C. S. Lewis, autor de Las crónicas de Narnia. Él mismo se encargó de hacer un primer esbozo en el que trazó la geografía de Narnia y, más tarde, su ilustradora, Pauline Baynes, fue la responsable de mejorarlo y agregarle detalles. Si llegan a encontrar la edición completa e ilustrada de Destino, no la dejen ir; contiene las siete crónicas en un solo volumen y las ilustraciones originales de Baynes.

Otro famoso mapa es el de la maestra de la ciencia ficción, Úrsula K. Le Guin, autora de Los libros de Terramar. En 1968, al publicar Un mago de Terramar (el primer título de la serie), iba acompañado de un mapa del archipiélago que ella misma realizó. Aún pueden conseguir una edición chulísima de aniversario (es un tabique, están avisados) con todas las historias de Terramar y 50 ilustraciones, publicado por Planeta en el 2011.

No puedo dejar de lado una novela gráfica preciosa que, además, viene acompañada por un mapa gigante que pueden enmarcar y colocar en algún lado de su casa. Hablo de Tokyo Sanpo, del ilustrador Florent Chavouet, quien estuvo en Tokio durante seis meses mientras su pareja estaba trabajando. Así que se encargó de recorrer sus barrios en bici y hacer ilustraciones de la ciudad con sus lápices de colores. No la dejen pasar.

Hínquenle el diente a Trazado, un atlas literario, editado por Altea y la Secretaría de Cultura. Se trata de una colección de mapas basados en distintas obras. Altamente recomendable.

Al final, les dejo un mapa más. En La biblioteca de Babel, el buen Borges nos dejó la cartografía de una biblioteca con galerías hexagonales que se repiten al infinito. Sus palabras han provocado pesadillas y recreaciones de este lugar que, si lo piensan, podría ser el cielo o el infierno para quienes amamos los libracos. Que cada quien elija su ruta.

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