Hace 49 años, cuando Sylvester Stallone consiguió llevar a la pantalla grande su guión de Rocky, les aseguro que nunca imaginó la trascendencia e importancia que tendría en la historia del cine. En 1976 las cintas de boxeo no tenían un buen recibimiento por parte del público y, mucho menos, de la crítica, pero la historia de un peleador cualquiera que, de casualidad, termina enfrentándose al campeón de los pesos pesados le interesó a un par de empresarios que le vendieron la idea a United Artists que, tibiamente, decidió poner en marcha el proyecto.
Para crear a su personaje, Stallone se basó en la historia de Chuck Wepner, “El sangrador de Bayona”, un pugilista de segunda que se dedicaba a pelear en clubes y que, por azares del destino, se enfrentó en el ring con Muhammad Alí en 1975. A pesar de su pobre físico y poca calidad en el arte de las trompadas, logró derribar al campeón una vez, aunque terminó besando el piso, noqueado, en el último asalto.
El filme (quién lo diría) fue un éxito: la gente, al igual que la crítica, gritaba en las salas, apoyando al Semental Italiano, y terminó ganando 3 Óscar.
El hermoso deporte del combate cuerpo a cuerpo tuvo un gran paso por el cine mexicano muchos años antes, dejando bastantes producciones que nos muestran a un ídolo popular, de barrio, que termina triunfando. Desde el buen Cantinflas intentando impresionar a una chica en Cantinflas boxeador (1940), pasando por el amado y bien ponderado héroe del ring en Pepe el Toro, encarnado por Pedro Infante (1952), hasta Campeón sin corona, drama protagonizado por David Silva, quien actúa como Roberto Kid Terranova, aderezando su ascenso y posterior caída con los gags de El Mantequilla, su second. Para más referencias, consulten “El box en el cine mexicano” de Jesús Alberto Cabañas Osorio.
Hemingway es otro que, dicen, era bueno para el trompo. Y, además de darle duro a la escritura y las bebidas espirituosas, practicaba varios deportes, siendo su preferido el box. Julio Cortázar, otro amante del deporte, nos dejó una de las frases más sinceras y contundentes para referirse a la escritura: la novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut.
Richard Matheson (seguro lo recuerdan por Soy leyenda) tiene el relato Acero, sobre un par de propietarios de un robot pugilista que, debido a su obsolescencia, tiene poco futuro en la actual liga de peleas entre robots. El desenlace es impresionante, se los recomiendo mucho. (No así la horrible película de Hugh Jackman basada en este relato). Busquen el cortometraje: Mickey 's Mechanical Man, en la que el famoso ratón construye un robot que deberá enfrentarse en el ring a Kongo el asesino, un gorila rabioso y bueno para “rifarse un tiro”.
Ya que andamos en esta épica batalla entre box y literatura, les recomiendo “A puño limpio, la historia del boxeo”, una colección que creó Almadía junto con El salario del miedo, en la que, a través de 12 rounds (o pequeños fascículos), se ofrecía un recuento histórico y literario del pugilismo. En el primer tomo, Eduardo Lamazón (Lama, Lama, Lamita) escribe lo siguiente: “El boxeo es la más descarnada representación del drama de la vida. Es el hombre y su lucha, desde que nace hasta que muere. (…) Confrontar, caer, levantarse, cambiar el rumbo de las cosas, ganar y perder, gozar del abyecto placer de la venganza, mentar madres, sobreponerse a la adversidad, conjurar el mal fario de un destino malhadado, matar o morir”.
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