En uno de los capítulos más icónicos y memorables de Looney Tunes, Bugs Bunny es perseguido por Elmer Gruñón y, por azares del destino, terminan dentro de un teatro donde el locuaz conejo lleva a cabo una divertida parodia de la ópera El barbero de Sevilla. La escena clásica sucede cuando Bugs parece entrar en trance, voltea a la cámara y, tras preparar una ensalada en la cabeza de Elmer, sube a su cabeza para masajearla mientras, de fondo, suena la obertura de la ópera de Rossini.
El corto, cuyo nombre original es The Rabbit of Seville, fue estrenado en 1950 y lo dirigió el buen Chuck Jones, el creativo y la mente maestra detrás de los dibujos animados de la Warner Brothers entre 1940 y 1950. Por cierto, aunque generalmente la música se adapta a los gestos de los personajes, en este caso fue a la inversa, de ahí que la expresión de Bugs sea precisa y brutalmente cómica.
En esta aventura, Bugs se pone en la piel de Fígaro, el famoso barbero creado por Pierre-Augustin de Beaumarchais. Por cierto, ¿sabían que la figura del barbero proviene de la Edad Media?
Al ser una época en la que los médicos eran pocos y muy caros, los barberos ofrecían servicios accesibles, atendiendo al grueso de la población que podía costearlos. Curiosamente, su práctica no se ceñía al corte de cabello o afeitar barbas, sino que extraían muelas, cauterizaban heridas, curaban abscesos, practicaban sangrías e incluso apoyaban a las comadronas al existir complicaciones en los partos. De ahí que fueran llamados “barberos-cirujanos”.
Este oficio se aprendía empíricamente y era transmitido a su vez a los aprendices que tomaban bajo su tutela los barberos con mayor experiencia.
Aunque no todo era miel sobre hojuelas (hablamos de la Edad Media) y existieron algunas prácticas por parte del gremio que no sólo eran sorprendentes sino también repugnantes. Por ejemplo, llegaron a cauterizar heridas de bala con aceite hirviendo; usaban orina en lugar de champú o espuma de cerveza para afeitar los rostros de los pacientes si les faltaba el jabón. Y, por si fuera poco, llegaban a blanquear piezas dentales usando ácido nítrico.
Entre todas estas monerías de los también llamados “cirujanos de las túnicas cortas”, la más común era la sangría donde, empleando sanguijuelas o lancetas, extraían sangre, pues de esta forma, decían, citando a Hipócrates, se solventaba el “sobrebalance” de los humores.
Dicha práctica, por cierto, fue realizada también (sin mucho éxito) por el padre del personaje principal del Lazarillo de Tormes, donde cuenta lo siguiente: “Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fue preso, y confesó y no negó, y padeció persecución por justicia”.
En fin, dejando de lado al padre de Lázaro, ¿recuerdan los postes tricolores apostados afuera de las barberías? Se cree que el color rojo y blanco proviene de las vendas o trozos de tela que empleaban para absorber o limpiar la sangre y que posteriormente eran lavados y se enrollaban alrededor de postes de madera para secarlos a la intemperie. En cuanto al color azul, la teoría más aceptada es que en 1745, al dividirse el gremio entre cirujanos y barberos, los primeros eligieron el color rojo mientras que los segundos eligieron el azul, que se agregó más tarde al clásico poste helicoidal.
Si quieren saber más del tema, entren a “The guild book of the barbers and surgeons of York” del Dr. Richard Wragg. Yo, por mi parte, agradezco infinitamente que las sangrías sean cosa del pasado. ¿Y ustedes?
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