El equipo de futbol de nuestros amores inició un partido que parecía a modo y fácil de ganar. Estaba dominando la media cancha, no había tenido disparos a gol en contra, y nuestra delantera triangulando pases ya había dejado atrás a los últimos defensores, sólo quedaba el portero. Nuestro goleador soltó un cañonazo imparable con dirección de gol y antes que la pelota se postrara en las redes, el árbitro detuvo el partido y anuló la anotación diciendo que hay una nueva regla: no se puede tirar a portería, si no hay defensores frente al delantero.
Esa es exactamente la sensación que muchos empresarios en México tenemos ahora mismo con el nearshoring y las medidas arancelarias de Trump. Llevábamos tiempo armando el equipo ideal, atrayendo talento y tecnología, renovando nuestras instalaciones para que fuera muy fácil jugar a ser los socios estratégicos de la economía más grande del mundo. Y cuando el marcador nos favorecía, con cifras récord de inversión llegando a nuestro país, suena un silbatazo y cambio de reglas decididas de botepronto por el autoproclamado árbitro del mundo, Donald J. Trump.
Aclarando, el nearshoring no se ha frenado. Y aunque la rivalidad entre Estados Unidos y China ha hecho que seamos más necesarios que nunca. Washington aún no entiende qué le conviene más que sea México, si un “armador” que le ponga pases para gol en la economía global, o tener al líder en la defensa de su producción local.
Antes, vendíamos nuestra cercanía, accesibilidad y costos. Ahora, se espera que seamos el muro de contención que filtre las cadenas de suministro hacia Norteamérica. Y en este nuevo esquema táctico, nos piden definir a los empresarios de qué lado de la cancha jugaremos.
Esto nos pone en una posición incómoda. Por un lado, celebramos la llegada de nuevas empresas (incluidas las chinas) con sus miles de millones de dólares que fortalecen nuestra economía, y que incluyen los ahorros que representan los insumos asiáticos. Por otro, nuestro árbitro improvisado, no quiere en nuestra cancha ni siquiera el olor al dragón de Pekín.
Las cifras no mienten: la Inversión Extranjera Directa sigue fluyendo, demostrando que la lógica de negocios le gana al populismo político. Sin embargo, el equipo norteamericano se sigue metiendo autogoles por su mercado consumista, su falta de agilidad en desarrollo tecnológico y por su cara mano de obra, aún cuando cuenten con la ayuda de su propio árbitro, quien seguirá presionando para que los empresarios mexicanos absorbamos el costo, la inflación y, por ende, la disminución de rentabilidad.
Por ello, la pregunta que debemos hacernos en cada junta directiva es: ¿estamos construyendo nuestra propia estrategia de juego o simplemente reaccionando a lo que nos imponen desde fuera?
Tenemos muchas oportunidades de golear en este segundo tiempo del partido del Nearshoring. El éxito dependerá no tanto de atraer más empresas, sino inversionistas con tecnología. Con esto podemos crear un nuevo libro de jugadas: desarrollar proveedores locales de alta calidad para la cadena de valor; ser un centro de investigación y desarrollo (I&D) de tecnología para manufactura y servicios; ser el semillero de mano de obra competitiva en costos y bien calificada a nivel mundial; y facilitar el hub logístico más importante del mundo.
Llegamos a un hito histórico donde los empresarios mexicanos podemos dejar de ser un defensa promedio, o un delantero en la banca porque no encajamos en la estrategia de alguien más, para convertirnos en ese jugador creativo en la media cancha, que sabe recuperar el balón, filtrar pases al pie de sus compañeros y tener el toque preciso para meter el balón en las redes de la economía global.
Hoy el nearshoring nos deja la siguiente reflexión: seguiremos jugando a no perder, o empezaremos a hacerlo para ganar.
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