Con cero crecimiento económico a lo largo de ya siete años, la condición financiera del país es preocupante, tanto por el déficit fiscal que heredó la presidenta Sheinbaum como por la enorme carga política que le dejó su antecesor al mantener proyectos inviables y costosos. “En el largo plazo, todos estaremos muertos”, solía decir el reconocido economista John Maynard Keynes.
Los ciudadanos resienten profundamente los efectos de la política económica cuando ésta golpea directamente sus bolsillos. Así lo confirma una de las teorías más sólidas del comportamiento electoral: la teoría de la elección racional, que sostiene, en palabras de Anthony Downs: “cada elector utiliza su voto como un instrumento para alcanzar los fines que desea, evaluando qué partido le proporcionará mayor utilidad” (Downs, 1957).
El magnetismo de los líderes emergentes se sostiene en una disputa discursiva contra el pasado, representado como una oligarquía que atentó contra los pobres. Esa unidad ficticia, construida mediante la “cadena de significantes” que Ernesto Laclau advierte como central en la lógica populista, permite unir demandas tan disímbolas y plurales como las que existen en las sociedades modernas. Ya desde Joseph Schumpeter se advertía que “no hay un solo bien común”, pues cada grupo social tiene intereses distintos.
Los gobiernos populares lo saben y por eso recrean el conflicto en torno a la lucha de los pueblos-nosotros contra las élites-ustedes. El segundo enunciado que sostiene este tipo de gobiernos opera mediante una cierta centralidad política que concentra la capacidad de decisión en su líder, a quien se le otorga no sólo una supuesta superioridad moral, sino también obediencia incuestionable —hasta que ocurre una implosión provocada por el cambio en los incentivos, que suele presentarse durante crisis económicas profundas—. Mientras tanto, el poder les brinda dividendos.
Esa mágica fórmula de una narrativa sostenible en el tiempo, combinada con un movimiento y un liderazgo magnético, tiende a debilitarse cuando los recursos públicos resultan insuficientes para sostener programas de ayuda social. Entonces, el clientelismo partidario muta en una sofisticada red de propaganda que insiste, sin cesar, en que todos los males provienen del pasado o de amenazas externas.
El denominado capital social se construye entonces bajo ciertos elementos de la administración pública, que tienden a erosionar progresivamente el poder cuando disminuye el flujo de recursos públicos. Llevamos ya varios años con reducciones significativas al sector salud y a la educación superior. Si la recesión económica se traduce en una disminución de las subvenciones públicas, el ciudadano —convertido en elector— comenzará a mostrar signos de alerta.
En este sentido, la votación para renovar a una parte del poder judicial nos dará algunas pistas sobre hacia dónde se mueven los ánimos ciudadanos. Si los votos se asemejan más a la masa crítica de apoyo a Morena, las tensiones irán en aumento. Si, por el contrario, la votación supera las previsiones más pesimistas (menos del 15 % de participación), entonces estaremos frente a una elección plebiscitaria de ratificación del régimen en turno.
El elector tiende a maximizar los resultados con su voto, lo dicta la teoría de la elección racional. Por ello, más allá de las discutibles deficiencias de la elección judicial, lo que veremos en una semana es si Claudia Sheinbaum sigue gozando del bono democrático de confianza o si los ciudadanos comienzan a pensar en los cambios que puedan darle otro rumbo a su gobierno.
Síguenos en nuestras redes sociales:
Instagram: @eluniversaledomex, Facebook: El Universal Edomex y X: @Univ_Edomex.